La noche cayó, y los preparativos seguían en pie, todos estaban apresurados y más si estaban bajo la visión de Lady Brown, esta no dejaba de ordenar y reclamar a sus pobres sirvientes. Tanto fue eso, que mandó a una doncella a la habitación de Samantha a dejar un vestido hecho por su madre, quien se había enterado del baile por medio de una carta de Cristóbal.
Samantha miró su reflejo en ese gran espejo y contempló como se amoldaba el vestido al cuerpo, podía afirmar que llegaba a interesarle el color y la suavidad con la que se había hecho, no era brillante ni extravagante, era perfecto. Dejó su pelo libre, y echó perfume en su cuello.
La idea de estar en un baile no era muy satisfactoria, jamás había pertenecido a ese lado de la sociedad que su madre intentaba incluirla. Cerró la ventana de su habitación, y escondió bien su último libro leído, bajo las profundidades de la cama.
Abrió la puerta, y salió al pasillo, infestado de decorativos que le parecían irrelevantes hasta el momento, puesto que nadie subiría a la segunda planta. Blanqueó los ojos ante la obsesión de Lady Brown por tenerlo todo bajo control. Bajó las escaleras oyendo el bullicio en la sala, al estar al pie de la escalera, nada interesante llamaba su atención, hasta que sintió un brazo atrapar el suyo. La joven la miró sonriente, estaba feliz de verla después de tanto tiempo.
—¡Melissa!—Samantha saltó a abrazarla, la nombrada accedió al abrazo con un apretón, pero enseguida la separó, las muestras de cariño en una dama no debía ser exagerada, estaba visto como falta de educación.
—No podía esperar a encontrarte Samantha, ha pasado tanto tiempo desde la última vez.—comenzaron el recorrido entre las personas. La aludida la miró con nostalgia.—Estás bellísima.
—Lo mismo pienso de ti, y hasta me sorprende no verte casada, debes tener muchas propuestas de matrimonios.—respondió la menor. Melissa era una joven muy reconocida por su belleza y su forma de ser tan encantadora.
Su amiga suspiró como si fuese algo cansador.—En realidad no, al menos no llegó el indicado para mí.—Samantha negó. Detuvo el paso para estar frente a ella.
—El matrimonio es algo complicado a mi parecer, no hay hombre indicado, quizás no para mí.—la pelinegra de ojos verdes se encogió de hombros, despreocupada por el asunto. Su amiga le palmeó el hombro divertida.
—Caerás enamorada en cualquier momento, Samantha, deja de decir esas cosas.
—No seas ofensiva, Melissa, o tendré que dejar de ser tu amiga.—bromeó, y las dos soltaron una carcajada.
—Bienvenida, señorita Thompson.—un hombre con buen vestir se dirigía a la muchacha de ojos azules, esta miró disimuladamente a Samantha, quien asintió con la cabeza.
—Con permiso.—dejó sola a Melissa con aquel pretendiente que le hablaba cómodamente. Se escabulló hasta la mesa de aperitivos, donde se quedó, viendo como todos en allí disfrutaban la velada, sonrió de lado y comió un bizcocho.
Entre la muchedumbre observó a Francis, junto con Jeremy y Andrew. Sintió que volvía al pasado cuando los veía reír sin percatarse de lo que sucedía a su alrededor. Las jóvenes casaderas susurraban entre ellas, miraban a los hombres sin discreción, era algo apabullante para Samantha, esas niñas estaban desesperadas. Aunque Samantha también era considerada una niña aún, pero no desesperada.
—No hasta mi cumpleaños número dieciocho.—murmuró la muchacha, abarrotada en sus pensamientos.
—Buenas noches.—la amable presencia del mayor de los Brown se dirigió a Samantha, esta sonrió e hizo una reverencia en saludo. Cuando volvió a mirar, los otros dos hermanos aparecieron detrás de Francis. Su paciencia se había colmado, pero decidió seguir tranquila.
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Samantha.
Historical FictionSamantha Wilson se ve amenazada ante la orden de sus padres de asistir a un convento de monjas, pero sus hermanos la salvan, yendo directo al lugar menos deseado para ella. La Mansión Brown. Los recuerdos de su niñez con los herederos Brown inundan...