Tlamanalpechtli (Quienes reciben favores de los dioses) - Parte 1

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—Me ha visto, me ha visto...—se dijo a sí mismo. Corría entre la espesa vegetación para esconderse—. ¡Kuitlatl! La madre me ha visto...

Las enredaderas y troncos caídos que le brindaba la naturaleza cerraban su paso. No dejaba de pensar en la amenaza que, segundo a segundo, se acercaba; un xochitonal adulto le seguía muy de cerca. Según sabía, no muchos humanos han vivido para contar la experiencia con la iguana gigante. Miró arriba. Los débiles rayos de luz solar que se colaban entre las copas de los pomposos árboles brillaban en su rostro. De pronto, escuchó cómo un río, no tan lejano, hacía sonar las piedritas que arrastraba. Ese era el camino. El caudal del río lo llevaría hasta las afueras de las enredaderas laberínticas que le apresaban junto a su depredador. El campamento lo esperaba a los pies de un pequeño lago, en el cual desembocaba el ruidoso río que debía seguir. Corrió más y más rápido mientras, varios metros atrás de él, las hojas de los árboles tornaban su verde viveza en un marrón marchito. Bien era sabido que la baba del xochitonal podía hacer perecer casi todo lo existente.

—¡Kuitlatl! —maldijo a la nada— No tengo a dónde ir... Necesito un lugar seguro, al menos por un momento.

Él sabía que los xochitonales sólo atacaban a los humanos en situaciones muy especiales. Sólo personas muy estúpidas eran merecedoras de una muerte como las que se escuchaban en la ciudad; éstas iguanas devoraban a los humanos de un bocado, y si uno no moría intoxicado por la saliva venenosa, el jugo gástrico se encargaría de una muerte más dolorosa. La verdad, hay que ser bastante idiota para acercarse a la madriguera de un xochitonal en medio de la selva. Él era, en esta ocasión, uno de esos idiotas... bueno, a medias.

Más que un idiota, pensó, era una especie de criminal... al menos a ojos de la iguana gigante. Sin embargo, su «crimen», estaba seguro, se saldará cuando la madre xochitonal devore vivo al pobre infeliz.

Finalmente, vio una roca triangular, de casi dos metros, que parecía estar clavada en diagonal. Era perfecta para esconderse, así que se se recostó bajo ella. Pudo oír los troncos cercanos quebrarse por el peso del animal. La madre xochitonal estaba cada vez más cerca. Buscó con desesperación en su morral. Finalmente, sacó un pequeño tecpatl, su siempre confiable cuchillo de sacrificio hecho de pedernal. Se aseguró de que el tesoro que consiguió antes de empezar la persecución estuviese a salvo en el otro compartimiento del morral, tomó el arma desde mango, hecho con el mismo pedernal y tallado con la figura de un águila al final, y acercó la punta a su cuello.

—Por fin algo de paz —dijo. La punta del cuchillo abrió un canal en la piel y se tiñó de rojo—. Vale la pena por un poco de sangre de bebé xochitonal.

Hizo una mueca de dolor. la sangre teñía el traje.

—No recordaba que esto doliera tanto... —se dijo. Cerró los ojos y, de un tirón, terminó el corte que quería.

Agitó el cuchillo y el pasto se tiñó carmesí.

Dos minutos y cuarenta y tres segundos más tarde, la gigantesca madre xochitonal se asomó por encima de la roca que protegía al indefenso humano. El rostro de la bestia mostraba una ira que, acompañada de la salivación impasible, sólo sería apaciguada con la muerte de aquel miserable ser que lastimó a su cría.

No veía a la miniatura maldita que se atrevió a lastimar a su pequeño. Sólo por impulso, se abalanzó sobre la roca, casi insignificante para ella, y la destruyó de un mordisco. Según el cerebro del animal, eso le informaría al humano que compartirá el mismo futuro. Y, para suerte de la madre, ahí estaba, teñido en un rojo intenso, aquel insecto despreciable.

El río arrastró más piedritas.

El humano miró arriba. le costaba un poco respirar, pero le sonrió al gigante. No había más miedo, ni preocupación. Eso era... ¿felicidad?

—Me encantan los xochitonales; aunque son muy violentos. Son criaturas extraordinarias —le dijo al reptil, que probablemente medía más de cinco metros de largo. El animal abrió el hocico con intención de matar, algunas gotas cayeron cerca a él—. Por desgracia, la sangre de tu bebé es muy importante. No te lo tomes personal, por favor.

Peregrinación después de la no-conquistaWhere stories live. Discover now