Tlamanalpechtli - Quienes reciben favores de los dioses - parte 2

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 Cuetzalan, muy lejos de ahí, pudo oír un ruido estruendoso y, gracias a un catalejo que había entre las cosas del improvisado campamento, pudo ver, con algo de dificultad, cómo las garras de un águila gigante se clavaban en el cuerpo de un xochitonal adulto.

—Ese debe ser él, hermanita —dijo, sin quitar la vista del catalejo.

A unos metros del joven, e inconsciente en una bolsa de dormir, yacía una chica de cabello azabache. No parecía tener más de quince años.

—Nunca ha roto una promesa y dudo que lo haga ahora. ¡De seguro ya regresa para poder curarte! —continuó Cuetzalan, con emoción.

La madre xochitonal se sacudía con intención de liberarse, pero era inútil. El gran pájaro levantó vuelo con la ahora indefensa iguana.

Cuetzalan estaba algo sorprendido por la escena. Cuando ambos animales ya estaban por encima de la copa de los árboles, el reptil se contorsionó y llegó a clavar los colmillos en la pata derecha del pájaro. Éste chilló de dolor y soltó a su presa, la que cayó, derrumbando árboles, otra vez dentro del bosque. Se levantó una nube de polvo y tierra.

El joven afiló la vista en el catalejo, pero le era imposible ver qué pasaba. Cuando, por fin, el polvo y la tierra cesaron, sólo pudo oír el sonido atronador de algo que se alejaba. Al parecer, el xochitonal había huido. Al levantar la vista, notó que el pájaro había desaparecido.

Buscó con el catalejo y, tras casi un minuto de búsqueda, divisó la silueta de su maestro acercándose. Infló el pecho con algo de orgullo. Pensó en la victoria que había tenido contra un xochitonal.

El joven regresó al lado del fogón que había preparado hacía ya varias horas. Dos ramas en forma de Y, clavadas al suelo, servían de sostén para una tercera rama, que sostenía una olla de barro, donde hervía una mezcla verde azulada. Cuetzalan se apresuró a moverla con una cuchara de madera; debía evitar que el mejunje se convirtiera en una masa espesa, o no funcionaría. Maldijo hacia sus adentros; la superficie de la masa mostraba unos pequeños grumos, formados por el tiempo que dedicó a mirar por el catalejo. Tenía unos minutos para solucionarlo, antes de la llegada de su maestro.

Un minuto después de lograr uniformidad en la superficie del ahora líquido, llegó al campamento quien tanto esperaba.

—¡Demoraste menos de lo esperado! —gritó Cuetzalan, con una sonrisa en el rostro, a su maestro— ¿Conseguiste la sangre de bebé xochitonal?

—¡Claro! —respondió, y agitó la botellita circular con un líquido carmesí brillante que extrajo de su morral—. ¿Pensabas que una madre xochitonal era rival para mí?

—Oye, Roo, no le habrás matado, ¿verdad? —preguntó el alumno, recibiendo la botellita que su maestro le extendió.

—Huyó.

—Hablo del bebé... la cría a la que le quitaste la sang...

—¿Me crees bruto? —interrumpió Quintana Roo, con el ceño fruncido— Los xochitonales son de mis criaturas favoritas; no las lastimaría. Ni siquiera tenía una intención real de matar a la madre.

—No tienes que molestarte, oye...

—¡Pues no hagas preguntas tontas! Dime —el maestro se acercó al fogón y se sentó en el pasto—, ¿cómo vas con eso?

—Por mi parte —se apresuró a añadir Cuetzalan, pudo respirar tranquilo al notar que su maestro ya no estaba molesto—, conseguí las hierbas que me mandaste a buscar para el remedio.

El joven cogió unas hojas gruesas de árbol, que ya había recolectado hacía bastante, y, envolviendo sus manos, cogió la olla. Vertió el líquido en un tazón que había a su derecha, luego añadió algunas hierbas más. El remedio amenazaba con formar pequeños grumos en la superficie, pero no lo hizo.

—Ahora, el ingrediente final, la sangre de bebé xochitonal. ¿Funcionará?

—¡Pero claro que funcionará! ¡Pero apúrate! —gritó Quintana Roo al ver la superficie de la mezcla—. Por cierto, Cuetzalan, ¿te quedan vendas? Mi abdomen sangra.

—En la mochila azul. Busca ahí —dijo, vertiendo la sangre en el tazón.

Tras unos minutos, la mezcla se tornó rojiza. Cuando fue teñida por completo, Roo abrió la bolsa de dormir donde descansaba la joven inconsciente. A la altura del estómago, su túnica estaba rasgada. En la piel, una bola de piel morada palpitaba.

Peregrinación después de la no-conquistaWhere stories live. Discover now