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¡Corre, corre!

Las gotas golpeaban con fuerza contra el asfalto y las lunas de los coches. Las luces de los semáforos se veían de forma borrosa provocando que los coches y motos llevaran una velocidad más reducida. Los limpiaparabrisas se movían frenéticamente y Carolina era una de las que se encontraba embutida en el tráfico. Sus dedos se movían inquietos en el volante, acompañando el ritmo de la canción que sonaba en la radio.

No dejaba de suspirar, tenía prisa. Tocó el claxon repetidas veces cuando vio que los autos se quedaban parados. 

—¡No, no! —gruñó. 

Su teléfono comenzó a vibrar en el sillón del acompañante. Se mordió los labios fijando sus ojos en su objetivo. Dudó, volvió a dudar y sin pensárselo mucho más abrió la puerta tomando su pequeño bolso y corrió. La lluvia le golpeo en el rostro y el viento mandó sus mechones de un lado a otro. Apretó el paso hasta subir a la acera evitando pisar los charcos más enfangados. 

—Vamos Carol, tu puedes —no terminó de darse ánimos cuando su zapato se quedó atorado en la alcantarilla— ¡Joder!

Lo dejó atrás y siguió su camino hacia el edificio amplio que se mostraba a unos diez minutos de su posición. Empezaba a odiar el mes de octubre y sus lluvias repentinas. Mientras corría por las  solitarias calles su teléfono insistía vibrando. Llamada entrante. No podía detenerse a responder, iba directa a su destino. 

—¡Ya casi!

Solo un paso de cebra y estaría. Cruzó sin mirar. Unas ruedas chirriaron en el suelo, un claxon y un grito ahogado de Carolina. Su pecho subía y bajaba erráticamente, parpadeó y se giró escapando de los reclamos del conductor.

El hospital se alzaba frente a ella finalmente, sonrió con lágrimas en los ojos y sin perder tiempo, entró. Buscó la zona de quirófano, primera planta, pasillo izquierdo. Jadeó llevando sus manos a sus rodillas exhausta.

—Esto me vale por dos días en el gimnasio —jadeó.

Antes de preguntar, se metió al aseo con la esperanza de arreglarse un poco... Parecía una loca sacada de la lavadora y el espejo no mentía. En esos momentos deseaba tener el de Blancanieves.

—¿Familiares de Marianella? —no le dio tiempo a secarse bien las manos, pero acudió a la llamada de un hombre vestido con un uniforme verde— Puede pasar.

Con las piernas temblando siguió al doctor hasta encontrarse con su chica. Estaba despeinada como ella con las mejillas sonrojadas y una sonrisa de oreja a oreja mientras sostenía entre sus brazos una pequeña personita. Había llegado a tiempo al nacimiento de su hija. Ambas se abrazaron riendo y Carolina dejó un beso tronado en los cachetes rechonchos de su bebe, quien mamaba tranquilamente.

—Estás hecha un desastre —picó su chica.

—Pues anda que tú —murmuró conteniendo las ganas de llorar, había pasado un calvario para llegar a tiempo pero merecía la pena al ver a las dos personas que más quería en su vida.

Y así es como en una noche, Carolina y Marianella tuvieron una preciosa bebé, que nombraron como Sofía. Ambas habían luchado mucho por su relación, tanto en el ámbito laboral como familiar. Sus corazones habían sido maltratados pero juntas supieron salir adelante y ahora se enfrentaban a la maternidad. 

—Siempre juntas —dijeron a la vez uniendo sus labios.

Dicen que la vida te da duro y que de los golpes se aprende, ellas lo sabían y prometieron darle una vida sana y llena de cariño a su pequeña bebé. Nada las detendría, porque si algo las caracterizaba a ambas era su esfuerzo y cabezonería.

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¡Domingo lluvioso, relato jugoso!

Reto propuesto por MilaraMartin 

Palabras: 604

El reto consiste en escribir un relato a partir de las siguientes palabras: zapato, espejo, grito, octubre, esperanza.

Antología de retosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora