La Maqueta

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El tiempo se iba sin pasar por su consciente, Therese se había desprendido de la realidad desde hacía algunas horas, cuando tuvo la oportunidad de seguir con la maqueta que tendría que presentar al finalizar la próxima semana. Ella casi la tenía lista. Se trataba de una cabaña en medio de un bosque en temporada de invierno; sería la escenografía para una compañía de teatro. Para Therese fue fácil saber cuál sería la mejor, puesto que el texto hablaba de cómo una mujer lo perdía todo con el marchar cruel de los años, pero cuando el hombre de su vida le dio la espalda, cuando su madre la volvió a traicionar y cuando la gente que la rodeaba dejó de confiar en ella, se enteró que en su vientre llevaba la más grande esperanza. Entonces decidió desaparecer, decidió que lo único que necesitaba estaba dentro de ella, que todo el dolor que hubo aguantado una vez, había valido la pena. Se fue hasta el frío feroz de Canadá, en donde cada noche junto a una chimenea en la cabaña que compró para vivir el resto de su vida, leía algún libro que contaba su historia desde la existencia de otra persona, bebía chocolate caliente y le ponía malvaviscos que se derretían fusionándose deliciosamente con el líquido espeso, y como cuando era niña, se quedaba dormida sin poder advertirlo.

Therese se veía reflejada en esa mujer, aunque evidentemente, la mujer que un autor había decidido nombrar "Andrea" era mucho mayor que ella, ambas habían carecido de una madre, de una familia, de una verdadera amistad, sin embargo, eso no había impedido que ambas luchasen por sí, convirtiéndose de a poco en algo más que alguien a quien fácilmente se puede abandonar.

La madera que usó para construir la cabaña, ella misma la cortó y lijó, lo hizo una noche en la que Carol se quedó a dormir en su cama, no hicieron el amor, pero durmieron abrazadas hasta que Therese despertó de madrugada y no resistió la idea de empezar con su trabajo. Tuvo que salir al balcón para no despertar a su mujer, Carol tenía un sueño muy ligero y cuando se le despertaba era imposible para ella volver a conciliar el sueño, lo que la hacía ponerse de mal humor durante todo el día. Aunque a Therese aquello le parecía fascinante porque resultaba ser un buen pretexto para darle un masaje o para relajarla con besos aventureros.

Cuando su oído registró el sonido de la puerta abrirse, Therese estaba detallando la nieve de los árboles, imaginó que Carol amaría vivir en una cabaña así, con el aire frío envolviéndola todos los días y un bosque de vecino. No podía entender cómo esa mujer adoraba aquellas temperaturas que a ella le parecían una tortura, pero las aguantaba, incluso, aprendía a disfrutarlas y si Carol se lo pidiese, se iría a vivir con ella a un lugar tan frío como ese, solo por permanecer a lado de la primera mujer de la que se enamoró. Y anhelaba con toda su alma, que fuera la última.

Su cabello corto caía a lado de sus mejillas, exponiendo su cuello.

"¿Estás lista?" Escuchó. 

Se incorporó y dejó el pegamento sobre la mesa, se giró para comprobar que Carol estaba ahí y la sonrisa que emanó de sus labios, delató la felicidad infinita que sentía al tener a Carol cerca. — Hola —Murmuró. — Lo siento, no creí que llegarías tan rápido. Aún no me baño. —Se desamarró la bata de trabajo manchada de múltiples colores y materiales que usó durante el día y la dejó colgada en el respaldo de alguna silla que estaba a un lado. — ¿Perderemos la reservación? —Tomó las manos de Carol con sus dedos llenos de pegamento seco, dio un paso para acercarse a ella cortando la distancia que las separaba y alzó un poco el cuello para así alcanzar a darle un beso suave a la barbilla de Carol. — Te extrañé. —Murmuró cerrando los ojos recargando su frente en el mismo lugar en donde depositó su casto beso en la piel de esa preciosa mujer. 

Poder Pagar el Precio de la SalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora