Historias de las hermanas Berner.

Capitulo III

Jaz me contó lo que le ocurrió la noche que durmió en lo de nuestra hermana, me lo contó mucho después, como si se hubiera estado debatiendo en decirlo o no. Le dije que le creía, que al menos yo sí lo hacía, no como mamá y papá. 

—Te juro, Grecia —empezó a decir Jaz después de terminar su historia —. Sentí mucho miedo.

Era normal haber sentido miedo, eso es lo que yo le dije. Las cosas que le pasaron, que nos pasaron, a menudo nos hace sentir miedo. Pero está bien, porque el temor es normal. 

En la adolescencia, trece quizá catorce, estábamos más que agudizadas en el tema paranormal. Nuestra tía Bianca siempre nos decía que si veíamos una sombra, escucháramos una voz o simplemente tengamos miedo, nuestra mejor opción era rezar un padre nuestro o ignorar la situación. Verdaderamente, ambas rezábamos más que ignorar, aunque no eramos muy religiosas pero eso nos daba más seguridad, ya que al ignorarlos ellos más te buscaban. Rezábamos y rezábamos mucho. 

Empezamos Agosto, y con ello las vacaciones de invierno. Empezamos a pasar más tiempo con nuestra tía, a verla más seguido, íbamos a su casa y ella venía a la nuestra. Era una señora mayor, de unos setenta años o quizás más. Un día enfermó, parecía una simple gripe. Con el paso del tiempo, fue empeorando. 

Un día, en vacaciones, se dio un fuerte golpe en el dedo meñique del pie que a los minutos le produjo un hematoma. 

—Es un simple golpe, en unos días se me va —pensó Bianca muy tranquila. Fue a la nevera, se colocó una bolsa de hielo, esperó que baje la hinchazón y siguió con lo suyo. 

El hematoma se extendió por su pierna y la gangrena empezó a comerla. En la visita del hospital le diagnosticaron diabetes y se volvió insulina dependiente. Esto la desanimo muchísimo y por este problema se vino a vivir a nuestra casa. Estábamos muy contentas de que esto pasara, porque al fin pasaríamos mucho más tiempo con ella. 

Recuerdo cuando vinieron unos amigos míos a hacer una tarea y mi tía apenas los conoció los adoró. Siempre fue muy sociable y simpática y ellos le cayeron muy bien por el simple hecho de que no le tenían ni miedo ni vergüenza y hablaron de todo. 

 Pasa un año, mi hermano se había casado con una hermosa chica de nombre Agustina y tienen una nena preciosa llamada Emilia, de dos años y medio. Mi tía ya estaba en silla de ruedas debido a la diabetes y a los minutos de que Agus se fuera me dijo:

—Presiento que algo malo va a pasarle a esta familia... —y se retiró, así, sin más, meneando la cabeza y chasqueando la lengua, típico de la tía. 

Se acercan las fiestas, mi madre ya había comprado todos los preparativos, mi hermano se había separado y mi cuñada se fue de vacaciones con su hija a ver a los padres. Viajaba quince horas en auto por la ruta, con su abuela y su hija, cuando lo peor imaginado, ocurrió. 

Doña Teresa conducía, ella y Agus con cinturón de seguridad, Emilia en el asiento de niños trasero. A Emilia se le cayó al piso del auto un juguetito, y Doña Tere no quiso aparcar para que Agustina lo recoja, así que su madre se desabrochó el cinturón de seguridad y dio media vuelta para agarrar el osito y en esos dos segundos ocurrió la tragedia. Un camión cambió de carril y colisionó al auto de Teresa, Agus se golpeó la cabeza con el agarra-mano de arriba de la ventanilla y esta reventó, al no tener cinturón salió disparada mientras el auto giraba y giraba. Emilia no paraba de llorar y cuando el vehículo frenó, se quedo dormida. 

Las autoridades tardaron un rato en llegar, Doña Teresa se habría la mitad de los huesos de su cuerpo, Emilia se hizo dos rasguños por los vidrios de las ventanas y Agustina murió al instante. Fue un día muy triste cuando pasó y cuando nos enteramos. 

A la semana, soñé con ella. Estábamos en una reunión familiar, ella se me quedaba mirando y en un momento me tomó de la mano, y dijo:

—Estoy bien, en serio —apretó mi mano con fuerza—, quédate tranquila. Sólo cuida bien a Emi y no dejes que nada le pase... —me abrazó.

Y desperté.