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A mediodía, un recóndito rugido retumbó en mi estómago, el hambre me llamaba a gritos. Sordo acudí con la intención de apaciguar a la fiera con unos frutos secos. Fue entonces cuando comiendo nueces descubrí la realidad de la personalidad de la humanidad. Con la mente en blanco y la vista perdida y borrosa me empeñaba, tozudamente, en abrir nueces sutiles, redondeadas, majestuosas y doradas. Pensando así que el tesoro escondido en tan esplendido cofre saciaría sin lugar a dudas la bestia que en mi se desperezaba. Tras un crujido y mucho ruido encontré una nuez ennegrecida y putrefacta. Sin valor nutricional. Decepcionado y engañado por mi última decisión me dispuse a abrir una nuez que parecía podrida y abandonada. Casualmente, fue la nuez que más me alimentó, la más rica de toda la cosecha, la que amedrentó el huracán de mis entrañas.

Ahora imagina, por un solo instante, que las nueces son personas y que tienes la oportunidad de escoger sabiamente sin juzgar la cáscara.

PENSANOMIENTO MÍODonde viven las historias. Descúbrelo ahora