El Pabellón Rojo

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La rutina hospitalaria cambiaba a medida que los medicamentos variaban. Aunque no había cambio con respecto a mis alucinaciones. Aunque hubo días en los cuales no observaba nada extraño, también sucedió que en ocasiones, de la mañana al anochecer, toda persona con la que me encontraba, tenían el cuello tajado. Pensé que lo mejor sería ignorarlo.

—Hola, ¿puedo sentarme aquí?

Había salido al jardín, como parte de mi terapia ocupacional debía cuidar de algunas plantas, aun en un día nublado como ese. La chica que se acercó a saludar, vestía una pijama blanca, sus muñecas llevaban vendajes.

—No veo porqué no —respondí, haciéndome a un lado en la banca.
—Solo te he visto un par de veces, eres muy callada... Me llamo Linda.
—Elizabeth... Nunca fui buena para ser amigos, desde antes de entrar a este lugar.
—Entonces, esta es tu oportunidad, ¿quieres ser mi amiga?

Todo ese rato mantuve la cabeza abajo, arreglar un cactus era la excusa para no alzar la mirada, temía hacerlo, pero, no podía despreciar el gesto amable, dirigí mis ojos directo a los suyos.

—Supongo que sí, podemos ser amigas...

Su cuello no sangraba.

Caminé con ella y me mostró los rosales que había cuidado desde que llegó. Rosas rojas, las más grandes que había visto alguna vez. Su trato era dulce y parecía llevarse bien con todos. Sin embargo, cuando el silencio hallaba lugar, podría notar un halo de oscuridad que la envolvía. Aunque no era algo malo, «¿Tú también has sido lastimada por la vida, no?», pensé, de forma instintiva acaricié su cabeza.

—Sabía que eres más amable de lo que pareces —dijo, luego tomó un gusano que andaba sobre los pétalos de una rosa y lo colocó en un arbusto—, las personas como tú conocen del amor, lo experimentaron y saben como compartirlo. No sé que clase de experiencia hayas vivido, te ves cansada, pero, sé que sabrás recuperarte. Lo sé.

Sus palabras calaron hondo en mi interior.

—Gracias, es bueno saber que alguien nota mi esfuerzo.
—Debes abrirte más, muchos aquí desearían tenerte de amiga...

La lluvia llegó de golpe, así que corrimos al edificio. El petricor del jardín se mezcló con el aroma de las flores, era un espectáculo para los sentidos. Faltaba media hora para la cena, así que cada quien se dirigió a su habitación, en dirección contraria. Antes de doblar la esquina volteé a saludarla, ella giró al mismo tiempo, alzando ambas manos, revoloteándolas con energía. Fue cuando lo noté, sus manos tenían heridas enormes a la altura de la muñeca, las cuales sangraban de manera profusa. Asustada, regresé de inmediato a mi habitación.

El sol volvió a iluminar por mi ventana. Luego del desayuno y la terapia en la oficina del psiquiatra, fui directo al jardín. Encontrando un pequeño altar con flores y peluches, al centro, una fotografía de Linda. La noche anterior cortó sus venas con una de las herramientas de jardinería.

—Ella no parecía tener ganas de lastimarse de esa manera...

Dije para mi mientras sentía como si una estaca se me clavara en el cuerpo, atravesándome de lado a lado. Me quedé en el jardín hasta que un enfermero me llevó a mi habitación casi a la fuerza. Me lancé a mi cama sin pensarlo.

—Hola —dijo una voz desde las sombras, era Linda.—No, no, no, ¡ya viví esto con mi madre! —renegué— Por favor, ¡desaparece!

Linda puso sus manos en mi cabeza, con ello logró calmarme.

—Solo venía a despedirme, ¿viste algo antes que sucediera, no es así? Debes prepararte, no ves lo que ves solo para volverte loca. Puedo asegurarlo —dijo regresando a la oscuridad de donde había salido.
—¿Por qué lo hiciste? —cuestioné a Linda tomándola de las manos—, te acercaste a mí, para luego acabar con tu vida, ¿tiene eso algún sentido para ti?Linda reaccionó, aunque parecía confundida.
—Te equivocas, yo no me hice daño —dijo sollozando— estaba haciendo las cosas bien, estaba aprendiendo a lidiar conmigo misma, ¿crees que terminaría así las cosas, justo cuando encontré a una amiga?
«¡Lo sabía!»
—Desde el principio supe que no habías sido tú —respondí con un abrazo.
—Debo irme, Elizabeth, no puedo quedarme mucho. Ten cuidado.
—Linda... ¿Quién te hizo esto?
—Pronto lo sabrás, tienes un don en tus ojos, aprende a usarlo, solo tú puedes ver las cosas antes de que sucedan...

El Pabellón de los DegolladosWhere stories live. Discover now