Capítulo 1

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Las personas iban y venían, pasaban por su lado y ni se inmutaban al verla. Lo único que recibía eran pequeñas miradas furtivas antes de que el sujeto o sujetos recordaran sus propios asuntos.

A penas se veía algo en la penumbra de las calles y el sol había dejado de brillar gracias a un manto blanco de neblina.

Todo para ella era extraño en ese lugar, desde algo tan simple como una pieza de fruta en la caja de un comerciante de la calle principal hasta los inmensos edificios y su distribución que se asemejaba a un laberinto de callejones estrechos y engorrosos.

Hacía unos días que había despertado a orillas del mar. En ese entonces se había visto desorientada y confusa en medio de la playa, dudaba que aún no se sintiera así, pero por lo menos ya podía andar, aunque fuera para perderse en esa ciudad empedernida por el tiempo.

En vista de todas las vueltas y giros que tuvo que dar se podría decir que por lo menos ya sabía llegar al castillo del rey; y la razón no era porque todos los caminos llevaran a ahí.

No.

La razón por la que se dio el suficiente tiempo para aprenderse el camino fue su encontronazo con la persona más bella que sus ojos pudieron ver. Y no solo físicamente, ese porte elegante con esa pizca de serenidad la atraparon desde el mismo instante en que aquella bella chica se agachó ayudarla. En los ojos de la chica pudo apreciar ese refulgente color dorado brillar como el mismo sol, vivaz y lleno de energía.

Se había quedado prendada de ella y no la conocía, lo único que sabía es que cuando quiso darse cuenta sus pies ya la habían vuelto a llevar a puertas del castillo.

Un palpitar en su pecho resonaba cual campana cuando, desde lo alto de la copa de un pino, a la lejanía, podía apreciar su bello rostro asomado por la ventana de lo que al parecer era su habitación.

No había mañana en la que fallase, solo momentos puntuales en el que se le suscitaba para alguna que otra tarea de castillo. En ese entonces era cuando un guardia de armadura opaca aparecía para escoltarla dentro.

Ella siempre meneaba la cabeza grácil y luego se recolocaba uno de sus mechones rojo vino detrás de la oreja. Tan solo eran escasos fragmentos de segundos lo que podía apreciar desde su escondite, pero deseaba saber más, quería ser lo más cercana posible pero no tenía como.

De repente, unas trompetas se elevaron por encima de los edificios y rezumbaron por las calles de la ciudad. Los pájaros a su lado alzaron el vuelo y de no ser por que logró colgarse de la rama en la que se encontraba sentada, probablemente nunca hubiera adivinado quien había sido el infame de su mala suerte.

En frente de todo, en medio de la plaza y encima de una tarima el concejal junto a otros soldados respaldándolo parecía querer anunciar algo con su fuerte y potente voz de anciano. Incluso, ella desde su incómoda posición podía escucharlo sin necesidad de ahuecar el oído, aunque sospechaba que esa peculiar facultad, así como de su gran visión no eran muy comunes en seres sin colmillos u orejas puntiagudas como las suyas.

—¡Atención por favor!

El hombre poso una mano debajo de su labio inferior y carraspeo en cuanto fue envuelto por una gran cantidad de ciudadanos y ciudadanas. Ella, por su lado, dio una vuelta de campana y volvió a retomar su lugar en el árbol.

Algo le decía que eso prometía si se quedaba un rato a escuchar.

—Se les hace saber a todos los interesados que todo aquel que quiera formar parte de la guardia real...

Tanta fue su alegría que de un salto se recoloco de pie encima de la rama.

Ahí estaba por fin. Ya tenía su oportunidad de oro y no la iba a desperdiciar, por fin podría ponerle nombre a ese par de ojos dorados y cabellera rojiza.

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