La fiesta de Luisongo

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—¡Compadre, búsquese otra hembra y no coma más mierda! — La voz de Luisongo, un mulato de dos metros y ciento veinte kilogramos de puro músculo resonaba por encima de la música; que salía de una bocina colgada en el techo del patio trasero de un chalet en Westchester, Florida.

Luisongo manoteaba con sus dedos enormes como salchichas, mientras la mano de Orúla, el brazalete de pintas verdes y amarillas que le indicaba el camino de Ifá colisionaba con un Séiko de manecillas luminosas, y una manilla de oro catorce que competían por espacio en su poderosa muñeca.

—Levante la barbilla, Nagüe, que no me gusta verlo así.

Uno de los salchichones empujó la frente de Fernando Bedoya-Fustenberg, haciendo que su sombrero Panamá se deslizara y cayera boca arriba en el Saltillo mexicano, dejando ver parte de la calvicie que ya se apropiaba de su zona frontal.

Ferny saltó de la silla de mimbre y mirando hacia los lados, se apresuró a recoger el sombrero. Era un hombre pequeño, de facciones aguileñas. Su incipiente calvicie era una de las ultimas vergüenzas que le había tocado soportar a sus treinta y seis años.

Había decidido dejarse una diminuta coleta, ya plagada de canas, y un bigotito de hipster para contrarrestar la falta de sensualidad. Incluso había pensado en hacerse un piercing, pero la idea de una jeringa desinfectada le hacía sudar frío. Ya era varias las veces que se había desmayado en consultas médicas.

Gracias a Dios, sólo había quince invitados en la fiesta y por ese momento todos estaban enfrascados en contonear las caderas al compás de Elito Revé y su Charangón, mientras se restregaban un pañuelo rojo por los genitales.

Ferny había entrado por la puerta del patio y luego de saludar al dueño de la casa, se había retraido hacia una esquina del mini bar.

—Mire, brother. ¿Usted es un hombre o no es un hombre? Deja ya tu mariconería —Tartamudeó Luisongo. Tu ex-mujer no estaba para usted. ¡Ya! Te dejó por pobre. ¡Te dejó!

Sus manazas zarandearon el cuerpo de Ferny por los hombros como si fuera un niño. En una esquina del patio, dos perros se disputaban un juguete plástico.

— La tipa no está para nadie que no tenga trabajo y no le pueda dar un alto nivel de vida. ¿Y qué vas a hacer Nagüe? ¿Quedarte ahí, triste y melancólico? ¿Como una hembra? ¡Eso no es de hombres! Los machos somos fuerza; violencia. Cargamos cosas pesadas. Nos olemos el pito. ¿O si no, qué cosa es ser un hombre?

Luisongo se había tomado varios Whiskys y las últimas frases las vociferó al punto que algunas mujeres habían parado de bailar y mirado a Ferny quien cruzó las piernas en la silla de mimbre, incómodo.

Una cabeza de mujer sobresalió de la masa compacta del grupo:

—¡Luis, ven a bailar!

—Ya voy, Mariví. Un segundo, baby —Se apresuró Luisongo.

—Estoy hablando con Ferny. ¿Te acuerdas? Su vozarrón se escuchó por todo el patio. —El socio de la tele que está deprimido porque su ex-mujer le pegó los tarros con un vecino que ganaba más que él.

Seguidamente, se giró y el dedo punzó las costillas de Ferny.

—¿Porque tu eras de esos que hacen las cosas de la televisión, verdad Ferny?

—Productor. Se apresuró Ferny con la voz afectada.

— Te lo dije! Le gritó Luisongo a la mujer. — Si yo me acuerdo que el trabajaba con un hombre que se vestía de mujer y un gordo que se metía en un Jacuzzi. Ferny era el que le llevaba la bata al gordo al camarín.

EL USUARIO INCORRECTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora