El Post

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Ferny se metió la mano en la zona genital y se olió los dedos mientras pulsaba las teclas de su Mackintosh. Acaba de poner un post en Facebook y esperaba los comentarios de sus fans. Por lo general, en las noches alternaba entre las redes sociales. Veía fotos de Facebook, insultaba en Twitter o se sumía en maratones de visualizaciones de videos de TikTok. Sabía que una vez empezara a disfrutar los videos de peleas callejeras y deportaciones no podría parar; así que había traído una bolsa de pistachos de la cocina que lo sustentara por las próximas cuatro horas.

Antes de empezar, decidió pasar por el perfil de Facebook de Mariely.

Mariely la fina. La siempre presente. Sin duda la única mujer que él había querido con todas sus células. Desde el primer beso, días después de haberla conocido; había sentido una conexión astral, más allá de lo físico, como si desde lo alto del Olimpo los dioses le hubieran dejado caer un regalo. Esa noche los dos habían fumado Marihuana y compartido una cápsula de éxtasis y cabía la posibilidad de que las drogas le hubieran dado una trascendencia sobrenatural al asunto. O peor, que lo hubieran hecho enamorarse de ella en contra de su voluntad. Por eso Ferny se oponía a todo tipo de legalización.

A su ex Mariely le encantaban los ventanales altos y los vestidos con hombreras. Era tres pulgadas más alta que él, pelirroja y usaba ropa comprada exclusivamente en Forever 21. Tenía un lunar sobre el labio derecho que Ferny encontraba absolutamente arrebatador. Además de las patitas de felino tatuadas bajo las costillas a ambos lados del torso que le desembocaban directamente en el pubis.

Él había sido impecable con Mariely. Todo un "caballerito proletario" como le había enseñado su abuelita allá en Cuba cuando niño. Le abría la puerta del auto y los frascos de salsa. A través de los años le había regalado vestidos, almohadas de plumas de ganso, copas de champán, y docenas de elefantitos para su Pandora. Incluso, había reemplazado; como en un juego de damas, a cada uno de sus amigos por un amigo de los de ella que fuera gay.

Si a ella de pronto le cambiaba el semblante porque a la casa le habían entrado dos granos de polvo, allí estaba Ferny de inmediato para sollozar: "¿Chini, que te pasa? ¿Te sientes bien?" y pasar la aspiradora sin chistar. Si Mariely se iba de viaje, era él quien se sentía abandonado como un fantasma, un ánima desconsolada. Le faltaba la luz de su presencia y se pasaba todo el día en pijamas, comiendo helados, en una depresión, como si estuviera enfermo.

Después de quince años como asistente de producción en varios programas de entretenimiento el despido de Ferny de la televisora Monovisión había traído muchas fricciones a su matrimonio. Semanas después del primer brote de Covid-19, la directiva del canal había decidido suspender su programación ya que el virus había decimado a casi toda su audiencia; compuesta exclusivamente por personas de la tercera edad.

Ferny había empezado a perder pelo y a desatar sonoras flatulencias producto del estrés. Años de sacrificio se habían empezado a esfumar de su cuenta de ahorros mientras buscaba trabajo a regañadientes.

Aquello a Mariely no le había gustado para nada. Ella quería un hombre que la representara. Una suerte de embajador. Le había perdido el respeto y ya no lo miraba con ternura. No le había vuelto a tocar la cabeza. Ya no le gustaban sus abrazos. Se quejaba de que él no se despertara temprano para buscar trabajo. De que no sacara la basura. Se sentía abandonada y triste. El miraba a otras.

También le guardaba rencor porque aunque habían estado casados por más de seis años nunca habían podido conformar una familia. Eso era lo peor. Los dos habían oído el latido del corazón de un bebé para ya no oírlo nunca más. Eso los había amargado y el peso de aquel dolor flotaba como una neblina sobre ellos, permeando cada decisión y cada reproche.

EL USUARIO INCORRECTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora