Desde mi niñez escuchaba a las personas hablar de los caballeros andantes, hombres de armadura plateada, valerosos que eran comparados con los héroes de las leyendas. Yo quería ser uno de ellos, rescatar damiselas en peligro, pelear contra gárgolas, dragones, gigantes y retar a los mejores espadachines a duelo. Sí, quería ser respetado, venerado igual que lo eran ellos, como si se tratasen de deidades, considerados como hombres que renuncian a tener una vida propia por los demás, la visión que todo mundo comparte sobre estos caballeros.
Quienes no sirven a ningún señor y cuya espada es la manera que tienen de proteger lo que dicen que es sagrado, la vida. Por esto es que todos les están agradecidos y les otorgan todo lo que deseen, sin importar que sean cuantiosas recompensas. Cuando alguien hace algo significativo por ti, sin dudarlo le ofrecerás lo que quiera, solo haz la prueba, el propio agradecimiento te impedirá notar si se está aprovechando o no. La felicidad que te causo con su acción te hace ciego, vulnerable a sus peticiones, algo que generalmente ocurre en las tierras de Piety.
Recuerdo muy bien al primer caballero andante que llego a mi pueblo, en el que se escuchaban hablar de muchas anécdotas sobre caballeros ocurridas en los otros poblados pero en el nuestro hasta ese momento jamás había aparecido uno y tampoco había sucesos dignos de mención. Por tanto fue un acontecimiento del que nunca pudimos olvidarnos.
Esa mañana de primavera empezó para mí de un modo curioso, como los demás días me levante temprano para ayudar en la siembra a mi tío, la única persona que se hizo cargo de mi cuidado. Al que le estoy fervientemente agradecido por mi educación, era un buen hombre que solía decirme:
—Hijo, no todo en este mundo es bueno o malo, hay su poco de ambos. Recuérdalo —prometí que lo haría y así lo he hecho hasta el día de hoy.
Palabras que muy bien podrían atribuirse a él. Cada vez que conozco a una persona nueva, es en lo primero que pienso al verla.
Si resulta ser un bandido, me digo:
—Parece ser malo pero también debe tener algo de bondad —a veces el motivo por el que se volvió un ladrón es por su familia o porque es su manera de sobrevivir.
No juzgar a otros por lo que son y por lo que hacen, fue una de las enseñanzas que mi tío me legó, quien fue recio conmigo, pero me mostró cómo vivir en este mundo.
Si no me apresuraba en prepararme, me esperaba en el campo, una vez allí me pegaba con un palo grueso y ancho, lleno de espinas. Su método de educar que siempre le proporcionaba resultados, a mí marcas por todos lados y un ardor insoportable en el cuerpo. Amenazado como estaba por aquel palo, me levanté de la cama de un salto, la idea de quedarme en ella sonaba tentadora en mis oídos, pero el miedo que me inspiraba el tío era más poderoso que mi pereza. Para mi sorpresa terminé de vestirme primero que él, ya no era tan veloz como antes.
Clavó sus escabrosos ojos en mí, cada vez que me miraba me provocaba un sensación desagradable, le temía a esos ojos y por ello les huía. Era como si con ellos pudiese leerme completamente, quedaban al descubierto todas mis intenciones. Jamás su mirada reflejo otra cosa que no fuese frialdad, la comparaba con la de un cuervo. Sentí su gruesa voz hablarme, calle mientras hablo, no le gustaba ser interrumpido, mi piel conocía bien lo que podía pasar.
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La oscuridad del caballero
FantasyUn mundo donde los caballeros andantes existen y hacen lo que desean. Donde a veces tenerlos no es la solución del problema. Algunos avariciosos y creídos, otros movidos por el rencor y muy pocos por el honor, mostrando las dos caras de la moneda. E...