El mundo es un lugar curioso, una rareza exquisita. Tan maravilloso y perfecto en cada detalle, en el fugaz reflejo del sol sobre la superficie del agua, en el sabor de la fruta fresca y en el olor de la menta o la azucena, en la risa de un niño o en los atardeceres de color carmesí que inspiran a los artistas, y sirven a sus musas para conseguir likes en Instagram. También en las tormentas que hunden barcos, y en las bajas pasiones que destruyen vidas y les dan color, todo es fascinante, todo es una locura escrita por un genio cósmico. Deberíamos salir a la calle y mirar a nuestro alrededor y pensar, qué increíble, y no dejar de sonreír.
Nunca había pensado así en mis veintitrés años de vida. Nunca había tenido tiempo o ganas. Nunca había mirado a mis amigos y pensado, qué suerte tengo de estar con vosotros, y por eso ya apenas conservaba ninguno. Nunca me había sentado en una clase y pensado, miles de años de luchas y avances y esfuerzo y revelaciones, y todo ese conocimiento que nos permite ser prácticamente dioses, está aquí delante, en esa pizarra, en este libro en cuyos bordes estoy dibujando garabatos.
Sólo piensan esas cosas, y aún así de forma fugaz, residual, los locos o los desafortunados que, por circunstancias que suelen escapar a su control, se ven abocados al oscuro abismo de la verdad, y la desesperación. Eso es lo que aprendí de Turquía. Eso es lo que aprendí en mi segunda misión.
Por supuesto, el fin de semana de las elecciones todo siguió el curso esperado. El sábado tuve que trabajar, resacosa, horas extra con las que pensaba financiarme un merecido viaje a Sevilla en Navidad para visitar a María, una amiga de la carrera, quizá la única digna de llamarse así (escapar de mis padres, mis tíos, toda la parafernalia, era un agradable efecto colateral). Pero eso sería más adelante. Pasé ocho horas destruyendo convicciones y resquebrajando los ya maltrechos cimientos del mundo. Me alegré de no ver a Manel en su sitio (debía librar ese día, me lo imaginaba jugando a la Wii con sus niños), o de que Pol mantuviera un agradable silencio (tras haber quedado para cenar aquella misma noche, en mi piso, a las 9 y media). El trabajo, por ridículo que me hubiera parecido meses atrás, me calmaba, me aislaba. La resaca se iba amortiguando, y me dejé arrastrar por las múltiples personalidades que conformaban mi yo virtual...
Pol recibía en ese momento una convocatoria de reunión para el lunes a las 9.00. No necesitó leer el asunto para saber que se trataba de su despido.
Poco después se detenía una furgoneta negra frente a las oficinas de su bufete. Si alguien se hubiera fijado, quizá le hubiera sorprendido la ausencia de matrícula. De ella emergieron dos operarios con aspecto de veteranos de guerra, y sin mostrar el menor atisbo de duda, entraron por la puerta principal, mostrando alguna credencial que el vigilante de seguridad aceptó con un asentimiento silencioso de cabeza. Entraron en las oficinas vacías, hicieron lo que tenían que hacer y emergieron diez minutos después sosteniendo un par de cajas donde habían guardado todo rastro de la presencia de Pol Sallent en aquel edificio, incluyendo su ordenador de sobremesa. Cargaron las cajas en la furgoneta y desaparecieron.
Pol, mientras, en su apartamento, preparaba la salsa para su comida (pasta rellena), cortando cebolla y pimientos mientras dudaba si responder el último mensaje de Mar.
Llegué a casa alrededor de las ocho, destrozada, un dolor de cabeza criminal. Las elecciones estaban listas para sentencia. Apenas tuve fuerzas para pedir comida de mi japonés preferido (indicando las diez como hora de entrega), y me dejé caer en el sofá, cerrando los ojos un instante para reponerme, antes de meterme en la ducha...
Lo siguiente fue un zumbido agudo como un taladro atravesándome el cráneo. Abrí los ojos, asustada, situándome, volviendo a la realidad en la que, según mi móvil, eran las nueve y veintisiete minutos, y lo que oía no podía ser otra cosa que Pol Sallent pulsando el timbre, con su dichosa manía de ser extremadamente puntual.
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Frenesí
Mystère / ThrillerSígueme. No tengas miedo. Entremos juntos en el laberinto, perdámonos, deja que te guíe por callejones sin salida, doblando en las mismas esquinas hacia caminos contradictorios, haciendo caso omiso de las voces sintéticas que nos llaman desde guarid...