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Sinceramente, no pensé que fuese a despertar.

Al abrir los ojos, lo que esperaba era una cegadora luz brillante frente a mí, como mínimo.

De estar muerto esperaba la luz del paraíso prometido, y de estar vivo, la luz de una sala de hospital.

Pero supongo que no vinimos a éste mundo para ser complacidos.

Lo que vi al despertar fue el simple techo lleno de telarañas de alguna habitación repleta de sombras.

Aún seguía aturdido. Tenía los labios secos y un sabor amargo en la garganta. Como cuando uno duerme por bastantes horas.

Intenté moverme... pero no pude.

No podía ni mirar hacia abajo, mi cuerpo estaba fijo en algún lugar que no era capaz de sentir.

Solamente podía mover mis ojos.

Era poco lo que podía ver, pero lograba distinguir un par de objetos.

En el techo, un foco apagado con una cuerda pequeña colgando, y en lo que alcanzaba a ver de las tres paredes frente a mí, eran dos ventas cubiertas por tablas de madera con clavos mal colocados. La poca luz que había salía de las pequeñas fisuras entre cada tabla... Luz de noche.

El miedo llegó poco después, cuando mi somnolencia se desvaneció por completo.

Escuchaba los latidos acelerados de mi propio corazón y lágrimas gruesas nublaban mi vista, pero no las sentía bajar por mis mejillas.

No podía hacer ningún ruido. No podía pedir ayuda y tampoco parecía que hubiera alguien que me la pudiera dar.

Lloré y lloré, como nunca antes lo había hecho en mis diecisiete años de vida, parpadeando rápidamente entre cada lágrima para no perder el único sentido que aún conservaba.

... y entre mi llanto, logre distinguir algo.

Apenas se percibía.

Lo veía por el rabillo del ojo, un destello fugaz.

Intenté con todas mis fuerzas por lo menos levantar un poco la cabeza para poder ver de que se trataba, y aunque todo mi esfuerzo fue inútil, descubrí de que se trataba.

Era la perilla de una puerta. Lo sé porqué fue abierta.

- ¿Ya estás despierto, cariño?-

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