❝ Capítulo IV ❞

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Él seguía concentrado en su llanto hasta que sintió unas caricias en su cabello, asustado retiró sus manos de su rostro y se alejó de aquella "cosa" que le había acariciado. Pudi observar a una linda mujer, tenía una figura delicada, un lindo rostro y poseía una cabellera negra.

—¿Quién es usted?—preguntó alarmado y con la voz algo quebrada debido al reciente llanto.

—Yo pequeño, soy tu hada madrina—sonrió.

—Las hadas no existen, son solo un cuento para los niños pequeños.

—Vamos cariño, si no existieran las hadas yo no estaría aquí para ayudarte, vamos, se te hace tarde para el baile.

—¿P-para el baile?

—Pues claro, ¿O acaso no quieres ir?

El rubio asintió varias veces y la mujer sonrió.

—Bien, vamos a comenzar...¿Tienes calabazas?

Nuevamente asintió, se alejó para poder ir al invernadero por una de las calabazas más grandes. El hada sacó lo que parecía ser su barita, hizo unos suaves movimientos con su muñeca y dijo algunas palabras. Poco a poco la calabaza comenzó a crecer y a tomar la forma de una bella carroza, dejó de ser la calabaza que era en unos segundos, ahora la carroza era blanca y demasiado bella.

—Lo que necesitaremos ahora serán unos caballos, para eso utilizaremos...—el hada lo pensó durante unos minutos hasta que su vista se topó con tres ratoncitos.—Eso es, usaremos a los ratones.

El trío de ratoncillos quiso huir pero el hada fue más rápida, lanzó su hechizo y poco a poco los ratones fueron creciendo y tomando la forma de unos preciosos corceles blancos. Después de que terminó con ellos se dirigió al perro, necesitaban quién conduciría a los corceles por el camino correcto y a alguien que abriera la carroza por el rubio.

—Estás listo, ahora vete o se hará aún más tarde.

—Pero, no puedo ir vestido así.

—¿De qué hablas? Si te ves precioso, no puede ser ¿Pensabas ir con el traje roto?

El rubio rió levemente mientras negaba.

—Veamos que podemos hacer, ¿No te molestara si es azúl?

Nuevamente negó, la hada asintió y con el movimiento de su muñeca y unas palabras pronto el menor se encontraba rodeado de brillos celestes y blancos. Su traje poco a poco fue siendo sustituido por el nuevo que el hada había dicho, su traje ahora era de un tono celeste tan claro que fácilmente podía ser confundido con el blanco. Sus zapatos eran blancos y el único detalle que el hada había agregado fue un par de guantes blancos que llegaban hasta el codo del menor.

—Estás listo pequeño, sólo procura volver antes de las doce campanadas de las doce de la madrugada ¿Si? Cuando las doce campanas suenen la magia se irá.

—Está bien, no se preocupe. Muchas gracias—el menor la abrazó y se despidió de ella para subir a la carroza y poder marcharse.

Cuando llegaron, la carroza se detuvo frente a la gran entrada del palacio, en cuanto la puerta de la carroza fue abierta el rubio bajó y se adentro al castillo. Conforme iba recorriendo el pasillo se asombraba cada vez más, cada pequeña parte era maravillosa y tenía unos perfectos y preciosos detalles, observaba con detenimiento cada pintura que había adornando las paredes.

Cuando llegó al gran salón todos se encontraban bailando, sintió una mirada fija en él y volteó buscándola, su mirada se topó con la de un pelinegro, ambos se sonrieron levemente. El pelinegro no perdió más el tiempo y se acercó a aquel apuesto chico.

—Hola—ambos hicieron una reverencia.—¿Me concedes está pieza?

El rubio sonrió y el pelinegro estaba seguro que nunca había visto una sonrisa tan hermosa. Aceptó aquella invitación y ambos se dirigieron al centro del salón para comenzar a bailar siguiendo la melodía. Todos los invitados estaban intrigados sobre quién era aquel chico que había logrado captar la atención del príncipe, no lograban poder ver el rostro del misterioso chico, lo único que podían distinguir era su rubia cabellera y que tenía un muy buen perfil.

Ambos chicos estuvieron bailando por un largo tiempo, ignorando al resto de las personas que se encontraban presentes y perdiéndose en la mirada del otro. Dejaron de bailar y el príncipe lo sacó del gran salón, aún tomados de las manos lo llevo con él hacía una parte del jardín real donde había un columpio de fina madera en color blanco donde hizo que se sentara el rubio.

—¿Puedo preguntar algo?—preguntó y recibió un asentimiento de inmediato.—¿Ya habías bailado antes?

—La verdad, mis padres fueron quienes me enseñaron a bailar, no había bailado con alguien que no fueran ellos, hasta ahora—sonrió.

—Pues lo has hecho bien...¿Puedo saber algo más de ti?

—¿Qué quieres saber?

—Tu edad, tu nombre...todo, quiero saber todo de ti.

La mirada del pelinegro bajó a los labios del rubio, se veían rojizos, demasiado apetecibles, el rubio también quería besarlo, desde que estaban en el salón principal. Ambos cerraron sus ojos y se fueron acercando lentamente, sus narices se rozaban y sus respiraciones se mezclaban, se acercaron otro poco, sus labios cada vez estaban más cerca, justo cuando sus labios por fin iban a ser unidos la primer campanada de la media noche sonó, ¿Tan rápido pasaba el tiempo? El rubio se separó bruscamente de él y se puso de pie.

—Lo siento pero tengo que irme.

—¿Qué porqué?—preguntó tomándolo nuevamente de la mano con fuerza pero no la suficiente para lastimarlo.

El rubio lo miró, cuando la tercer campanada sonó respondió con lo primero que se le vino a la mente.

—¿El príncipe? ¡Sí! Tengo que ver al príncipe.

—¿Acaso no lo sabes? Yo soy el príncipe.

La cuarta campanada sonó y sin importarle si era descortés de su parte tiró de su mano dejando el guante de ceda en la mano del contrario y comenzó a correr, en cuanto él príncipe reaccionó corrió tras él.

—¡Espera! ¡Vuelve, no te vayas!—gritaba el pelinegro.

A TaeHyung poco lo importaba si empujaba a algunas de las personas que había en el gran salón, pasó cerca de uno de los oficiales del reino que en cuanto vió al príncipe correr tras ese chico no dudó ni un segundo en ir tras él y tratar de atraparlo fallando en el intento.

—¡Cierren las puertas!—gritó el oficial al ver que el chico estaba a punto de lograr huir pues ya iba en la carroza.

Los guardias comenzaron a tratar de cerrar las puertas, TaeHyung pensaba que no iban a lograr salir de ahí pero para su suerte si pudieron. La carroza del rubio había salido con éxito y los guardias no habían podido avanzar gracias a que quisieron cerrar la puerta.

La última campanada sonó y la carroza comenzó a destruirse junto con los animales y el hermoso traje. Dejó salir un suspiro, se inclinó para poder tomar a los ratoncillos del suelo y comenzar a caminar a su casa.










Para cuando llegó a su casa dejó a los ratoncillos cerca del fuego al igual que él, debía calentarse un poco o enfermaría. Mientras recordaba aquél poco tiempo que estuvo con el príncipe se percató que el otro guante no había desaparecido, en cuanto escuchó que la carroza de su madrastra había llegado lo dobló y metió en uno de los bolsillos de su pantalón para fingir que nada pasaba.

Cinderella.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora