PRÓLOGO

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Querido lector, si existen temas de los cuales hay que tener mucho tacto, el que les voy a presentar a continuación es uno de ellos.

Soy de lejos la persona más capacitada para hablar de alguien con el síndrome del espectro autista, y mucho menos para tratar de explicarlo sin caer en el error de la falacia. Es por eso que este libro no pretende ser un manual de consejos, ni mucho menos una guía, sino un recopilatorio de experiencias que he deseado compartir con toda humildad de corazón.

Sin embargo, tampoco es que no me haya informado al respecto, al contrario; considero que entre menos ignorantes seamos del tema, mayor comprensión tendremos no solo del mundo del autismo, sino de las personas que han sido diagnosticadas con este trastorno. No obstante, los relatos que te mostraré a continuación no son vistos desde el punto de vista de un autista, y por lo tanto, algunos de los pensamientos que leerás pueden ser erróneos, cegados por la subjetividad del momento.

Yo no conocía nada sobre el TDEA (Trastorno del Espectro Autista), por lo que esos primeros días como maestra auxiliar en el preescolar fueron un total caos para mí y para el pequeño que quiero presentarles.

Fue difícil, y en varias ocasiones deseé abandonar el trabajo y romper cualquier relación con este. El estrés, el cansancio, el no saber qué estaba haciendo mal fue mi pan de cada día. Y aún con todo, sé que Dios me concedió aquella oportunidad no solo para conocer y abrir mis ojos a uno de los retos que podemos enfrentarnos los educadores cuando nos encontramos sin las armas adecuadas, por no decir, que no me imagino a este pequeñito en otro lugar en donde no hubiera sido bien recibido.

Con todo y eso, si en ese primer día hubiera sabido lo que ahora sé, es probable que las circunstancias hubieran alcanzado un curso distinto. Tal vez mucho mejor.

Ahora mismo no estoy segura de haber hecho un buen trabajo, aunque no sirve de nada que profundice en mis errores del pasado; no obstante, estoy empeñada a relatar tal cual fueron los hechos, porque es gracias a estos que he formado esta poca experiencia, de la cual deseo que ustedes sean partícipes.

Pero ¿existe algo de lo que me arrepiento de esos días? Sí, lo hay, y ese es no poder revivir ese momento cuando sus pequeños ojos brillantes que le daban el aspecto de un oso de peluche me contemplaban como si fuera la cosa más interesante del mundo.

Sus manitas y sus cachetitos de globos de agua andantes que me daban ganas de apretujar ese modo que tenía de verme mientras recostaba su cabecita entre mis piernas solo para pedirme siempre la misma cosa: "Mamá". Y yo, con la poca sensibilidad de alguien a quien se le ha instruido actuar con la mayor profesionalidad posible, respondía en tono seco: "Ahorita viene mamá". En ese entonces ignoraba si él me habría entendido o si era mi imaginación, pero aquellas pequeñas palabras le consolaban por un breve instante su agitada mente, solo para que al cabo de breves segundos, repitiera la misma pregunta con su dulce y tierna vocesita: "Mamá".

Desconozco si alguna vez pudiera repetir una experiencia semejante, pero de lo que sí estoy segura, es que su nombre sigue resaltando de entre mis recuerdos como si se negara a salir de algún lugar de mi corrompido corazón: Matías.

Y es que, aunque soy consciente de que el escaso tiempo que estuve con él tal vez no di todo de mí, mantengo la esperanza de que algo se haya guardado en su memoria. Una palabra aprendida, un recuerdo atesorado, o la sencilla imagen de una jovencita que aunque ni siquiera tenía sus estudios acabados pero que aprendió que con mucho tiempo, paciencia, esfuerzo y determinación, podía demostrarle cuánto lo apreciaba.

Es así, que hasta el día de hoy no me arrepiento de presenciar cada una de sus rabietas, de los gritos, de su ansiedad e imperatividad. Nunca lo haría.

Matías me enseñó que no importa cómo eres ni quien seas, nada debe definir tu valor como persona.

Matías ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora