2 - TIJERAS

47 11 5
                                    

Más allá de la primera impresión que tuve de Matías, no contábamos con ningún estudio clínico para tantear el cómo tratarlo y hacer que trabajara, por lo que muchas veces lo dejábamos con tiempo libre.

Sin embargo, había patrones en su comportamiento que no tardamos en descubrir, como el que a Matías le encantaba destruirlo todo.

O bueno, tal vez estoy usando un verbo muy exagerado para lo que a él le gustaba hacer. Diré entonces, que Matías tenía tanta ansiedad acumulada que cualquier objeto que tuviera en las manos, si no era para comer, rápidamente buscaba cómo deshacerlo. Sentir la plastilina en pedacitos y más pedacitos hasta que solo fueran puñados de arena Play-Doh, tomar los brazos de sus compañeros y enterrarle las uñas en en la piel, rayar a conciencia sin ningún orden cualquier cosa que pudiera rayarse. Recortar, recortar, recortar y recortar.

Te resumo lo único que le gustaba hacer de todas las actividades: Rayar, estrujar, despedazar y recortar. Rayar, estrujar, despedazar y recortar. Todo una y otra, y otra, y otra vez.

Ah, y comer su "comia". Le encantaba esa parte del día.

La primera semana yo tuve que estar sentada en una de las sillas de los niños, muy cerca de él para mantenerlo controlado. ¿Que si fue incómodo? Pues era como estar agachada todo el tiempo, aunque sin tener que mantener el equilibrio, teniendo mucho cuidado al levantarme por culpa de la falda, aunque afortunadamente la directora me permitió asistir con pantalón de vestir a partir del tercer día.

En fin, que las primeras veces no paré de repetir casi las mismas frases:

—¡Matías, no hagas eso! Está muy mal.

—¡No, Matías, deja en paz a tu compañera!

—¡Matías, siéntate ya!

—Vamos a sentarnos Matías. Matías, te quiero ver sentado aquí, ahora.

—¡No, Matías!

—Mira Matías, deja que te ayude, ¡tranquilo!

—Matías, presta atención.

—Matías, guarda silencio. Ahora no es momento de hablar.

—Matías, silencio...

—Matías, termina tu trabajo, no has hecho nada, ¡no, eso no!

Podría seguir con más, pero tendría que llenar todo este capítulo y no es lo que busco por ahora.

Como ya dije, Matías sufría de un problema de ansiedad excesiva, pues no soportaba estar en un mismo lugar y en una misma postura, aburrido y sin nada qué hacer.

Aunque esto es normal en un niño de cuatro años, él tenía un detalle añadido: era incapaz de concentrarse en una sola cosa que no fuera aliviar su estrés.

Muy pocas cosas le aliviaban esa tensión y una de esas era recortar. Al inicio se desesperaba porque no sabía cómo sostener las tijeras y deseaba tanto destrozar y partir el papel que el no conseguirlo le hacía sentir tan impotente que prefería descargarse gritando a pleno pulmón para que lo dejáramos en paz. Recuerdo que, cuando le coloqué los dedos en los orificios la primera vez, intentó recortar dejándose llevar por el impulso y varias veces estuvo a punto de cortarme sino fuera porque eran tijeras escolares.

—Vamos a hacerlo poco a poco. Espera un segundo. —Tiré mi cabello hacia atrás para evitar que nos estorbara la vista y rodeándolo con un brazo lo ayudé a colocar las tijeras de tal forma que viera cómo debía manejarlas—. Lo haremos por turnos, ¿de acuerdo? Abre las tijeras, Matías... Muy bien, ahora cierra. Otra vez. Abre..., Cierra..., Abre..., Cierra...,  así, así muy bien. Excelente, vas muy bien.

Y entonces, me sonrió. Por primera vez desde que nos conocíamos me sonrió. Una sonrisa de éxtasis por el simple hecho de que ahora podía manejar unas tijeras.

Era precioso.

En ese momento no reflejé tanto mi emoción, sino que me concentré en decirle que no apartara la vista del corte y él, como lo haría cualquier persona que ha descubierto algo recientemente y no quiere perderlo, volvió a fijar sus ojos en las pequeñas ranuras, en abrir y cerrar, abrir y cerrar, una y otra vez.

En aquella ocasión mí se sembró algo dentro de mí, pero estaba tan exhausta y frustrada por estar atrás de él que no presté mucha atención, y dejé ese sentimiento a un lado.

Más adelante aquellas tijeras se atascarían, y Matías tendría otro ataque de desesperación que rompería a gritar, a lo que nos llevaba a repetir la misma maniobra una y otra vez. Le colocaba los dedos, le rodeaba el brazo, repetía palabras de abre, cierra, abre, cierra, y cuando terminábamos en una esquina, yo le soltaba un seco "muy bien". Él, demasiado contento repetía aquella frase tantas veces que siempre que recortaba algo solo decía "muy bien".

Ahora Matías usa las tijeras con mano experta, porque aunque antes debía ayudarle a sostenerlas, después se volvió en una de las herramientas que más usamos la maestra y yo para ayudar una parte importante de Matías: su ansiedad.

El problema más grave de este pequeño no era su dificultad para hablar, tampoco lo era su falta de atención o su desarrollo de aprendizaje.

El mayor problema de Matías era tan grave, que me oprime el corazón pensar que deberá luchar contra ello todos los días de su vida.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jun 18, 2021 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Matías ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora