El turno de tarde estaba matando a Leti. Cuando llegó al Instituto Ramiro de Maetzu dos años atrás tuvo que matricularse de tarde porque no había plazas en el turno de mañana, y su padre se había empeñado en que sus hijas estudiasen en uno de los centros con más prestigio de Madrid. A Leti no le importó hacer el sacrificio, por su padre y por ella misma, y se enfrentó al cambio de rutina con positividad. Tener las mañanas libres le venía muy bien para estudiar, para ayudar en casa, para conocer su barrio... y para nada más. Tuvo que abandonar el ballet porque ninguna academia tenía grupos por la mañana, el barrio se le quedó pequeño a la semana de mudarse y la posibilidad de hacer amigas entre sus vecinas se esfumó una vez se dio cuenta de que estaría dando clases cuando ellas podían quedar. Era un fastidio. Era más que eso, era un ataque a su fortaleza mental. Leti no era muy creyente, pero en aquellos primeros meses se planteó muy en serio que Dios la estaba fastidiando a posta, sólo por divertirse. Estaba harta de que su vida estuviera a merced de otra gente. Estaba harta, a secas.
Por eso pidió el traslado al turno de mañana. No se lo concedieron el primer año, y tampoco el segundo, pero en su último año de instituto le avisaron de que muy probablemente antes de Navidad estaría ya de mañana. Las vacaciones habían pasado y ella seguía de tarde, pero presentía que pronto su suerte cambiaría. Pronto sus esfuerzos darían resultado.
Además, aquel año tenía con ella a Alonso. Don Alonso, como el jefe de estudios seguía insistiendo que le llamaran, era el nuevo profesor de Lengua y Literatura. Acababa de terminar la carrera, y cuando el año pasado se incorporó al claustro del Ramiro de Maetzu levantó pasiones. Apenas tenía 27 años, era guapo, moreno y muy dulce. Los chicos le habían hecho muchísimas trastadas, pero las chicas estaban todas absolutamente enamoradas de él. Sin embargo, Alonso sólo tenía ojos para Leti.
Fue amor a primera vista. Alonso había llegado a su primera clase con el grupo de Leti tan nervioso que parecía estar vibrando. Se trabó varias veces al empezar, pero en cuanto cogió confianza demostró con creces ser un magnífico profesor. Leti se enamoró perdidamente de él. Se sentía identificada con aquel novato. Ambos acababan de llegar a un sitio nuevo, estaban un poco asustados pero también ilusionados, y ambos compartían una gran pasión por las Letras. La reciprocidad de sus sentimientos no tardó en llegar. A Alonso le bastó escuchar a Leti argumentar en un debate en clase la importancia del periodismo libre e independiente para caer rendido a sus pies.
Pero eran alumna y profesor, y aunque los dos se amaban en secreto no podían arriesgarse a demostrarlo. Ambos buscaban excusas para verse, para charlar de cualquier tontería. Leti le habló de sus ambiciones y Alonso no sólo las comprendió, sino que las validó y las elevó. Leti sentía que por fin había encontrado una persona con la que podía respirar. Alonso sentía que Leti era una brisa de aire fresco en su vida. En la fiesta de fin de curso del año anterior Alonso le dijo que la ayudaría a entrar en el turno de mañana, donde él daba más horas de clase... y la besó.
Leti nunca antes había estado enamorada, y era un estado extraño pero emocionante. Alonso tenía diez años más que ella, pero a su lado Leti se sentía tan madura como él. Pasaron el verano viéndose a escondidas, intercambiando libros con mensajes secretos, robándole horas a la madrugada y soñando con vivir su amor en un verano infinito. Septiembre llegó y encontrarse a solas se convirtió en algo más peligroso, pero consiguieron mantener viva la llama de su relación contra viento y marea. Leti estaba acostumbrada a luchar. Alonso estaba dispuesto a pelear por ella. Tenían el cielo por frontera y una confianza ciega en su relación. ¿Cómo iba a salir mal?
Cuando Alonso la citó en su despacho aquella tarde de enero tenía en sus manos una carta dirigida a ella. Estaba abierta, pero si era lo que Leti creía que era no le importaba que Alonso la hubiera leído. Alonso tenía una sonrisa de oreja a oreja.
—Felicidades, mi amor.
Leti cogió la carta y la leyó. Era una notificación de traslado efectivo al turno de mañana. Alonso la abrazó por la espalda, dándole besos en los hombros. ¡Por fin! ¡Por fin algo bueno!
—Este es el primer paso, Alonso. Es...
Pero Alonso la interrumpió con un beso, y otro, y otro. Era normal, por supuesto. Había que celebrar. Leti le correspondió los besos en la intimidad del despacho. El turno de mañana significaba pasar más horas juntos, por supuesto, pero también... Las manos de Alonso se paseaban por su espalda. En el turno de mañana había profesores de renombre, había actividades extracurriculares interesantes, pero sobre todo otro tipo de alumnado. Leti veía que se abría ante ella la posibilidad de por fin tener una vida social decente. Podría apuntarse al club de periodismo, hacer amigas...
Alonso se separó un momento de ella para cerrar la puerta del despacho con pestillo. Leti no pudo seguir pensando en el futuro.
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enamorado de la moda juvenil
Fanficmadrid, 1990. todas las historias tienen un comienzo.