El viernes encontró a Pedro peleando contra la marabunta de estudiantes que luchaban por salir del aula a toda hostia.
—¡Eh! ¡Eh! ¡Ortiz!
Todos sus compañeros iban en dirección a la salida buscando el fin de semana, pero Pedro tenía el objetivo fijado en una chica morena, algo bajita, que guardaba tranquilamente los libros en la mochila.
—¡Ortiz!
Algunos alumnos lo saludaban, o le avisaban a gritos que irían a verlo al partido del domingo, pero Pedro estaba demasiado irritado como para prestarles atención. ¿Quién se creía esta chica? Finalmente llegó hasta donde estaba ella. Letizia estaba de espaldas a él, terminando de ordenar los libros y de revisar que no se dejaba nada bajo el pupitre.
—¡LETIZIA!
Letizia se sobresaltó y pegó un respingo. Cuando se dio la vuelta para mirarlo con los ojos como platos, Pedro se dio cuenta de que no le había estado escuchando porque llevaba los cascos de un walkman puestos. Letizia se los quitó y le dedicó una mirada hostil.
—¿Qué haces?
—Llevo llamándote cinco minutos.
Letizia paró el reproductor de música y se echó la mochila a la espalda.
—Pues tú dirás.
A Pedro no le gustaba en absoluto la actitud de esta chica. Desde que los habían asignado como compañeros de estudio el lunes anterior, Pedro había intentado acercarse a hablar con ella casi todos los días para organizarse, pero Letizia lo había estado ignorando categóricamente. Pedro estaba un poco hasta los huevos de su actitud. Aun así, intentó mantenerse lo más diplomático posible.
—Deberíamos quedar para lo del programa de estudio. Y cuanto antes mejor. Esta tarde tengo entrenamiento, pero puedo pasarme por tu casa si no te importa que vaya tarde...
Letizia alzó una ceja. Las comisuras de sus labios se torcieron en una sonrisa irónica. ¿Por qué estaba tan enfadada?
—Mira, —le dijo, —siento haberte hecho perder el tiempo, pero no voy a hacer esto.
—¿Perdón?
El aula se había quedado vacía, pero aún se oían a los alumnos hablar por los pasillos.
—Don Alonso me metió en el programa sin que yo se lo pidiera. No me hace falta un profesor de matemáticas, y aunque lo necesitara, me buscaría uno de verdad, no a un chiquillo. Así que, lo siento, de nuevo, pero te vas a tener que buscar a otra compañera.
Y sin más, Letizia se encaminó hacia la salida del aula, dejando a Pedro plantado en el sitio. El chico tardó unos segundos en reaccionar. Luego salió corriendo detrás de ella.
—Espera, espera, espera, espera...
Letizia siguió andando, sin esperarlo.
—¡Lo siento!
—¡Espérate, coño!
Letizia se paró en seco y se giró. Pedro casi se da de bruces con ella.
—Dime.
—No me puedes hacer esto. —Pedro sonrió, medio de nerviosismo y medio para intentar camelarsela. —Necesito el crédito extra del grupo de estudio. En serio. Y no me vendría mal una ayudita extra en Lengua. ¡Y soy muy bueno en Mates! ¡A ti también te vendría bien! En serio, Ortiz, piénsalo.
—En serio, Sánchez, —Letizia torció la boca en un amago de sonrisa forzada, —no, gracias.
Y siguió su camino hacia la salida. Pero Pedro no se iba a dar por vencido. ¿Quién se creía que era esta pava?
—Venga ya, tía. —Pedro la persiguió por el pasillo. Ya no quedaban alumnos, y desde la puerta el guarda de seguridad les metió prisa con la mirada para que aligerasen. —Mira, si don Alonso te ha metido en el programa sin decírtelo, a lo mejor es por algo, ¿no? A lo mejor piensa que te beneficiarías mucho de esta oportunidad. Y yo también. Porque de verdad que necesito el crédito extra.
Letizia lo taladró con la mirada, pero no dijo nada. Salieron del edificio y bajaron los escalones que llevaban a la cancela principal. Pedro estaba desesperado. La cogió del brazo.
—¡Suéltame!
—¡Escúchame!
—¡Eh! ¡Deja en paz a mi hermana!
Un par de manitas con más fuerza de la que cabría esperar lo empujaron lejos de Letizia. Pedro se encontró cara a cara con una chica apenas un año menor que él, muy bajita, con el pelo recogido en una coleta e intención asesina. La chica se colocó entre él y Letizia, escudándola con su cuerpo. Pedro intentó no reírse para no ofenderla, pero era una estampa realmente tierna, sobre todo cuando le sacaba casi dos cabezas.
—Telma, cálmate, que no es para tanto.
Pedro alzó las manos en señal de rendición. No tenía ganas de enfrentarse con aquella niña por Letizia.
—Vale, vale, ya está, me voy, os dejo tranquilas. Pero tú y yo —dijo refiriéndose a Letizia, —no hemos terminado esta conversación.
—Circulando, gigantón. —dijo la tal Telma.
Pedro suprimió una sonrisa, y se dio cuenta de que Letizia estaba intentado hacer lo mismo. Sus miradas se encontraron, pero ella desvió la vista. Dios, que frustrante.
Pedro se dio la vuelta y echó a andar hacia su casa. Tenía que encontrar una manera para hacer que Letizia colaborase con él. No podía prescindir del crédito extra. Y no podía dejar que semejante niñata le tratase así.
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enamorado de la moda juvenil
Fanficmadrid, 1990. todas las historias tienen un comienzo.