El reino de Hades

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Cuando llegué al inframundo era como esperaba, y como lo habrían hecho la mayoría de los mortales. Un calor me asedió, no era sofocante, era agobiante, lo sentía dentro de mi piel, quería salir corriendo y arrancarme la piel, sólo para ver si así me refrescaba, quería huir, pero no podía. Avanzaba entre una película de humo negro, no podía ver más allá de un metro hacia adelante y tenía miedo de regresar, era un pasillo lo suficientemente amplio como para que pasara un desfile, a medida que avanzaba, escuchaba lamentos, gritos de dolor y el crepitar de las llamas, lo que me ponía aún más nervioso. No habría podido decir cuánto tiempo estuve caminando, pero en un punto, el humo comenzó a esparcirse, para dejar ver una ruinosa fortaleza de proporciones colosales, sin embargo, un lago de magma me separaba de ella, un infinito temor me invadió, no era que me diera miedo entrar, era un Campeón en el Torneo de los Dioses, pero sabía que dentro alguien me esperaba, y eso no podía ser bueno.

En la lejanía una cadena comenzó a sonar, momentos después un trozo de no más de cincuenta centímetros salió del lago, debería estar al rojo vivo, sin embargo, no lo estaba, medité un momento hasta que me animé a recogerla y tiré de ella. La cadena trajo hasta mi un pequeño bote, que de milagro no se había hundido, un anciano encapuchado recargado en un cayado estaba sobre ella, lo observé con detenimiento hasta ver los pedazos de piel que se desprendían de su cráneo, en donde deberían haber estado los ojos había un par de llamas.

- Vaya, uno del reino de los vivos, inusual, muy inusual –exhaló- me disculpo por haber tardado, no sentí tu presencia.

Estupefacto por aquella escena, me quedé sin palabras, el cadáver cambió de posición en su cayado, que no era más que una rama podrida.

- ¿Qué pasa, humano? ¿Los muertos te comieron la boca? Je, je. Recobré mi compostura y me animé a contestar.

- ¿Q-quién eres tú?

- Caronte, el barquero de los muertos. Respondió, estoico.

- ¿Qué hago aquí?

- Era verdad lo que los Dioses dicen de ti, mocoso, preguntas mucho y hablas poco pero, ¿qué puedo decir del Campeón de Eros? Je, je, yo sólo conduzco a los muertos a su castigo, sube y te llevaré con mi maestro.

- Está bien. Subí al bote y, por alguna razón había recobrado mi coraje, Caronte metió su cayado al lago y comenzó a remar, en el magma había restos de templos, estructuras completas sumergidas en ella, escudos, lanzas, incluso cuerpos, lo peor era que, seguían vivos, e intentaban nadar hacia nosotros.

- El Campeón del deseo atrae a los muertos, irónico ¿no? Je, je, es por la sangre que corre por tus venas, Campeón, este lago sólo lo recorren los muertos, y los que están ahí abajo, tienen hambre, je, je.

Volvía a estar nervioso, entre lo que me esperaba en aquella fortaleza, los muertos en el lago y la molesta risa de Caronte, lo único que pude hacer fue huir a mis pensamientos, había dicho que los Dioses hablaban sobre mí, las palabras eran armas de doble filo, el que los Dioses hablaran de mi era peligroso, después de todo, me enfrentaría por vencer a sus Campeones, pero, quizá ya estuvieran trazando la estrategia para acabar conmigo. Casi habíamos llegado y me di cuenta de algo la fortaleza tenía dos torres a cada lado, y de cada una salían cascadas de magma ¿sería posible que dentro estuviera lleno de magma? Tal vez, pronto lo descubriría.

Atracamos en un muelle y nuevamente admiré la fortaleza, gigantesca, imponente, la única estructura en kilómetros a la redonda, un esqueleto que portaba armadura, lanza y escudo me escoltó hacia la entrada, estoico, sin decir palabra, a medida que avanzábamos escuchaba los lamentos y quejidos, no era posible que alguien se acostumbrara a esto, incluso sentí algo de lástima por Hades, confinado a este lugar por sus hermanos, pero se escuchaba otra cosa, diferente como gruñidos, dimos la vuela y lo vi, gigante, colosal, enorme, todas esas palabras se quedaban cortas a la hora de describir a aquella bestia, era completamente negro, con garras y dientes, y ojos rojos, tantos ojos rojos, tenía tres cabezas, me petrifiqué de miedo y el guardia no tardó en darse cuenta.

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