Breve pero intenso

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Deidara inclinó más y más sobre él, sus cuerpos rozándose, la erección de él rozando su muslo primero y luego topándose con la suya.

—¡Mmmnn...! Puedo... ¿Puedo tocar? —susurró Obito, muerto de curiosidad, mirando como Deidara dejaba besos y bocados en su pecho.

Se detuvo para mirarlo con esos ojos azules que parecían querer hechizarlo.

—Puedes hacerme lo que tú quieras. Y no necesitas permiso, hm.

Incitado por aquellas palabras, la mano de Obito buscó su erección. La envolvió con sus dedos, subiendo y bajando como si se lo estuviera haciendo a él mismo. Deidara gimió y saber que él había provocado eso le pareció lo más sexy del mundo.

—Obito, me vuelves loco... No puedo creer que te mantuvieras intacto todo este tiempo sólo para mí...

Ambos se estaban masturbando el uno al otro. Obito cerró los ojos y se abandonó a aquel placer. Dejó que poseyera su cuerpo entero sin ponerle límite, al ritmo del vaivén de la muñeca de Deidara. El orgasmo se iba acercando, tensando su vientre arrancándole gemidos más y más agudos. Obito no quería correrse aún, pero se sentía demasiado bien.

Tenía que hacer algo.

—¡Basta! —dijo, casi gritando. Deidara se detuvo, alzando ambas cejas.

—¡Eh, me has asustado, idiota! ¿Qué pasa? ¿Problemas de control? —preguntó con una media sonrisa.

—Más... Más o menos... —confesó Obito, respirando con pesadez. Había estado muy, muy cerca de terminar ahí en el agua.

—Ya veo —murmuró Deidara. Cuando se apoyó sobre él para besar sus labios, casi acaban ambos en el agua, pero a última hora pudo sujetarse, sus lenguas de nuevo entrelazadas, con más pasión que antes. Obito parecía que no iba a cansarse nunca de explorar aquella boca—. Lo estás haciendo muy bien, Obito...

Lo susurró justo antes de darle una lamida al lóbulo de su oreja.

—Eso es porque soy el mejor, sólo estaba nervioso al principio —dijo Obito.

Sonrió, feliz por que estuviera pasando aquello, por haber cometido aquel error ese día que le había llevado a tener al chico más bello del mundo desnudo en sus brazos.

—Estás aprendiendo del mejor, al fin y al cabo —contestó Deidara.

Obito lo observó examinar la habitación, fijarse en unas botellitas blancas apiladas en un rincón. Deidara fue a por una y leyó la etiqueta mientras volvía con él. Era crema hidratante.

—No es lo más ideal, pero servirá.

Deidara tomó su mano y lo condujo hacia la parte menos profunda, se sentó sobre el borde y echó una pequeña cantidad de crema en sus dedos.

—A esto se llama dilatar fíjate cómo lo hago y aprende, hm —dijo Deidara.

—¿Dilatar?

Obito no entendía muy bien de qué serviría eso.

—Sí, porque sino no sé cómo van a caberme esos diecinueve centímetros que tienes ahí.

—Oh... Entiendo —murmuró Obito, notando como se empezaba a sonrojar—... Me siento tan estúpido... Quiero decir... Sé como se hacen los bebés y todo eso, pero jamás me había parado a pensar en como dos chicos lo harían... Ay no, ya lo hice de nuevo... Mátame antes de que...

—Calla y presta atención, hm —lo cortó Deidara, que lo miraba con el ceño fruncido.

—¡Sí, Deidara-senpai! —exclamó él, le gustaba sentirse como si fuera su alumno.

Dos minutos y medioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora