La sensación de su propio sudor mezclándose con las lágrimas cayendo por sus mejillas parecía lejana en ese momento. Esa felicidad adrenalínica que le hizo creer que su corazón podía estallar y sus mejillas romperse de tanto sonreír, incluso el peso de la enorme medalla enchapada en oro que colgaba de su cuello, inmortalizada en la fotografía más importante de su habitación.
Los árboles de cerezo parecían arrojar de a puñados enormes sus pétalos mientras sentía sus propios pasos retumbar contra las sienes y sonarles fuerte en el cerebro.
La misma imagen que veía diariamente desde hacía tanto tiempo, de alguna forma tenía un sabor distinto aquella mañana. Con gusto a nostalgia y un dejo de amargura.
El 24 de abril de 1992 fue un día soleado de primavera, lo suficientemente frío como para que ambos llevaran un suéter bajo la chamarra del uniforme y una gruesa bufanda. Rio con fuerza. Claro que su bufanda era de todos los colores existentes, sin combinar ninguno de ellos. Parecía hecha por un daltónico manco, porque encima de todo, tenía puntos saltados y un acabado espantoso. Sí, seguro ella la había tejido. Gracias a todos los dioses, jamás le había regalado algo así.
Allí iba Chiharu. La vio de espaldas, con ese andar que la había caracterizado durante tres años de escuela secundaria: como una niña de cinco años cruza con libélula y saltamontes. Rayos, ¿nunca iba a madurar? La iban a destrozar en preparatoria...
—M-Mitsui-kun... —La chica caminando a su lado lo llamó con voz tímida. El largo cabello negro por la cintura se movía con el viento. Había olvidado que eran tres caminando a casa esa tarde en particular—, ¿h-has decidido a qué preparatoria irás?
—Shohoku —respondió de inmediato.
Emi Kisaragi, ese era su nombre. Era una de las pocas amigas que Chiharu tenía en Takeishi. El poseer un cabello de color naturalmente claro y ondulado para los cánones japoneses habituales no era algo que hiciera sentir cómodos a los demás alumnos.
—¿En serio? —Emi abrió mucho los ojos—. Creí que irías a una preparatoria con un gran equipo de baloncesto, como Kainan o Ryonan. ¿Por qué Shohoku?
—¡Porque quiere declararse a su entrenador! —gritó una voz a unos pasos al frente.
Sí. Esa era su voz. Ese tono casi ronco cuando llegaba a la risa involuntaria. Esa sonrisa de oreja a oreja, la menos femenina que hubiera visto y, sin embargo, la más sincera de todas. Y por supuesto que respondió como debía.
—¡Cállate Chiharu! —bramó. Los cabellos de su nuca casi en punta—. ¡No le faltes así el respeto al entrenador Anzai!
Los dientes de Chiharu parecieron reflejar las nubes y el sol cuando redobló la amplitud de su sonrisa.
—Te das cuenta de que, en realidad te lo falté a ti, ¿verdad?
—Eres la peor... —No, no lo era. Era lo que más extrañaría de Takeishi. Por eso quería hablar con ella a solas esa tarde, pero Kisaragi los acompañaba. De todas las veces, justamente esa tenían que ser tres—. ¿Qué hay de ti?
—¿De mí?
—¿A dónde vas a ir?
—Oh... —Se llevó una mano a la nuca como si ese gesto la ayudara a pensar. ¿Todavía no se había decidido?—. Creo que a Sagamushi. Tiene un buen club de Música.
—Guau... —«Eso está lejos», pensó. «Realmente lejos»—. Al menos ahora no serás la única rara con una guitarra y entonando mal.
ESTÁS LEYENDO
RIDE
RomanceA veces, el pasado duele. El pasado pesa. El pasado hiere. El pasado ata. A veces, lo único que te queda es seguir avanzando, con la vista al frente y rogando que las cuerdas no se tensen a tu piel. Seguir avanzando, como si oyeras los pájaros en...