Listo, si mi madre suelta una lágrima más, salgo corriendo.
- Mi niña se hace mayor –lloriqueó.
- Mamá, no me molestaría esta humillación si no fuera pública –gruñí y me soltó disculpándose.
Toda la gente que estaba fuera de la estación de autobuses nos estaba mirando, mi madre era muy dramática.
- Si no puedes pagar el alquiler, vuelve. Sabes que aquí siempre tendrás un sitio, mi bebé –dijo.
Vale. ¡Hora de salir corriendo!
- Lo sé, adiós mamá.
Cogí mi maleta y entré en la estación despidiéndome de ella con la mano.
Miré la hora a la que salía mi autobús y compré un billete corriendo, ya que era dentro de cinco minutos. Si tengo que quedarme un día más en Indianápolis, juro que me suicido.
Alguien me cogió de la muñeca y me giré. Una mujer de rasgos asiáticos me miraba fijamente a los ojos con un gato chino de la suerte siendo rodeado por su brazo libre.
- Perdone, señorita. ¿Me podría comprar mi gato chino de la suerte por cinco dólares? Es el dinero que me falta para comprar mi billete de autobús –dijo.
Bah, ¿Qué más da?
- Claro –dije.
Saqué cinco dólares de mi cartera y la mujer me dio el gato de la suerte.
- ¡Muchas gracias! –dijo y se fue corriendo a las taquillas.
Subí al autobús la última y me senté al final. Era un largo viaje así que cogí mi móvil y mis cascos, y me puse a escuchar música.
El camino hacia Nueva York era muy largo, pero yo amaba esa ciudad y bueno, estaba más cerca que París. Allí podría cumplir mi sueño en la Academia de Bellas Artes. Yo quería ser artista, la mitad de mi maleta estaba llena de ropa, la otra mitad de pinturas y demás instrumentos de pintor.
Antes de que me diese cuenta, imaginando paisajes que dibujar y soñando por todo lo alto, llegué a Nueva York.
Ya era de noche y tenía hambre, buscaría un lugar donde comer y luego buscaré un hotel donde pasar la noche.
Bajé del autobús y el gato de la suerte empezó a mover su pata, lo miré con el ceño fruncido, extrañada.
- ¡Cuidado! –escuché que un chico gritó.
Escuché el ruido que hacían las ruedas de un monopatín al acercarse y todo lo que vi antes de caer al suelo fue a un chico en monopatín cayendo encima de mí.
Mi madre. ¿Qué dioses han esculpido a este chico? Porque, déjenme decirles, que voy a hacerles un templo.
Sus ojos azules me miraban embobados, tenía una gorra puesta al revés tapando su pelo castaño, del que solo se veía el flequillo que tenía peinado hacia arriba.
El chico estaba fuerte, lo sabía porque sus manos estaban a cada lado de mi cabeza y los músculos de sus brazos estaban contraídos para no caer encima de mí. Y menudos músculos.
Hola, verano. Adiós, invierno.
Dios, estoy desesperada.
El chico salió de encima de mí y se levantó, cogió su monopatín y me tendió una mano.
Con su ayuda, me levanté. Él recogió mi maleta y mi gato de la suerte y me dio los dos. El gato ya no movía su pata.
Genial, está roto.

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Love Cat
Romans¿Conocéis ese gato chino de la suerte? Bueno, pues me han timado, este gato no llama a la suerte. Llama al amor y ahora tengo a tres chicos detrás de mí. Gracias, gatito.