El tiempo hace al corazón pesado.
Nubla los sentidos, nos deja aturdidos, perdidos, desamparados y nosotros lo sentimos, sabemos que estamos yendo hacia el abismo, algunos se detienen, otros siguen porque quieres que se acabe su destino.
Abre tus alas de ceniza, querida, algunos corazones son de oro, otros de diamante, otros de carbón, otros de simple tiza, lo que nos mata nos atemoriza, nos deja indefensos, pero ese es otro cuento que ya hablaremos mañana estando sentados en el borde de aquella cornisa.
Habla hacia tus adentros, después de todo, tus propios pensamientos son los únicos que no te traicionan, pero hay veces donde la mente se distorsiona, se transforma, se desquicia, y acaba convirtiéndose en lo que más te destroza.
Bienvenido a la Roma de mi cerebro.
Tenemos varios templos destruidos por el tiempo, el único en pie es el Coliseo, en el se siguen haciendo combates de pensamientos.
Alegría y Tristeza se odian. Odio, no quiere hablarse con Euforia, Amor se quedó atrapado bajo el echizo de Melancolía, repitiéndose cada día que ella es su musa, aunque sabe en el fondo que todo es una mentira, pero da igual. Se guía por sus instintos. Acabará muerto en la batalla pero habrá dejado ya sus escritos, ninguno de ellos puede ser el vencedor, pues si se pierde alguno de ellos mueren todos por los leones. Es la ley del César, aquí no hay comparaciones, ni buenos, ni peores, ni importantes, ni desertores.
Tal vez debamos tomarnos un tiempo.
Al final del cuento todo es un testamento.
Las musas observan desde las gradas las batallas de cada día, animando a las emociones a seguir peleando y esforzándose para ver brillar la luz de la ambrosía. Aquella fantasía del Olimpo.
Aunque algunas musas están camufladas.
Son almas que quieren echar veneno y los ocultan en sus palabras que se clavan como espadas en lo que más queremos.
Juegan con nosotros, pero al final nos liberaremos.
Puesto que tenemos cadenas, pero cada uno sabe perfectamente como romper nuestros propios sellos.
