Eadlyn corría con prisa por los pasillos del palacio, con su rostro enrojecido y húmedo debido a las lágrimas. Se metió a su cuarto y cerró la puerta tras ella.
Intentó respirar profundo, pero recordó lo sucedido hace unos minutos y una rabia le recorrió el cuerpo así que tomó lo primero que vio (por suerte solo era un cuaderno de notas) y lo aventó contra la pared, soltando un grito. El lugar golpeado soltó un poco de polvo y comenzó a agrietarse, pero Eadlyn no se percató de esto.
Dio vueltas por la habitación recordando la discusión que había tenido con sus padres… Le habían dicho que tendría una selección en dónde tendría la oportunidad de conocer a quien sería su futuro esposo. Ella, teniendo el temperamento de su madre, se rehusó enseguida. Incluso aunque sus padres se hubieran conocido mediante la selección, ella no creía que tendría tanta suerte.
-¡Es una estafa! ¡Un mero entretenimiento para el pueblo! –le gritó la princesa a sus padres.
-Hija, no es así. Yo solía pensar como tú, pero es mucho más que eso.-explicó America.
-Esto es simple, Eadlyn: no podemos permitirnos el riesgo de esperar a que conozcas a tu marido ideal. Créeme que me encantaría, pero si hay algo que aprendí en mis años como parte de la familia real es que a veces hay sacrificios que tomar con tal de ayudar al pueblo.
-¡¿Pero en qué ayuda al pueblo que yo tenga un esposo?!
-No solo al pueblo, querida, a ti también. ¿Qué harías si, hipotéticamente, sucediera algo como lo que me pasó a mí el día en que terminó mi selección? ¿Qué pasaría si tuvieras que convertirte en reina tú sola, sin ningún apoyo moral?
-¡Pero tengo a Ahren! Saben que él es muy maduro, y me ayudaría muchísimo.-agregó Eadlyn con lágrimas en los ojos.
-No es lo mismo, querida.
-¡Deja de decirme querida! –Exclamó ella exasperada.- Ustedes solo quieren moldearme y hacerme algo que no soy.
-Hija, no es eso. Pero solo piensa que por lo menos no te están obligando a casarte con alguien que no quieres.
-Tu madre tiene razón… Debes mirar el lado positivo.-agregó Maxon.
-El lado positivo… -susurró Eadlyn sin poder creerlo. Los fulminó con la mirada y se marchó hecha una furia.
Se dejó caer contra la pared agrietada y, rememorando una y otra vez lo sucedido, comenzó a golpear su espalda contra ella, maldiciendo en silencio y llorando. No sabía lo que era peor: que la obligaran a casarse con un príncipe que apenas conocía o que le trajeran 35 príncipes para que pudiera elegir a uno. Cualquiera de las dos opciones era abominable. Prefería morir soltera.
Pero claro, la tradición era la tradición.
-¡UUUUUUUUUgggh! –gritó la princesa, olvidándose de sus modales y descargando toda su furia. Golpeó con un puño la pared y, sin previo aviso, se rompió el papel tapiz, una nube de polvo flotó hacia la habitación y un agujero oscuro se formó en el lugar del golpe. Eadlyn se paró rápido y miró asustada hacia allí.
Cuando el polvo disminuyó, notó una caja de madera muy bonita pero sumamente sucia. Miró hacia la puerta y luego se acercó y tomó el objeto. Para su suerte no tenía tranca, aunque sí la sorprendió ver el escudo de Illéa en ella. Su contenido (lo que parecían ser un sobre de papel) lucía en buen estado, igualmente Eadlyn lo tomó con cuidado.
Abrió el sobre (el cual tenía el sello real) y comenzó a leer, pero tuvo que detenerse enseguida ante las primeras palabras: “Querida America:”
-¿Mamá? –pensó en voz alta, extrañada ante la aparente coincidencia. Continuó leyendo, y cuando llegó al final de la carta comprendió de qué iba todo eso.