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El escritor estaba nervioso, llevaba días recorriendo los pasajes adoquinados de la ciudad y aun así no encontraba lo que tan afanosamente buscaba. Había llegado con un propósito, encontrar a Citlalli, una antigua princesa, desterrada de la corte del firmamento, quien se decía, ahora era una refugiada en algún lugar del Reino Naranja.
¿Pero que podría ofrecerle esta? ¿Por qué el escritor seguiría buscando sin importar cuanto callejón sin salida encontrase?
La respuesta era simple en verdad: "Magic Shop", un rincón enclavado en los dominios de la fantasía que podría satisfacer sus pedidos de ensueño.
De repente una puerta de cristales tintados y adornados con hermosos mosaicos de estrella y vitral se materializó frente a sus ojos. El joven viajero pasó por esta, cuando el repiquetear de una campana estratégicamente colocada en la entrada anunció su llegada, siendo recibido por dos pequeños mininos que le observaban desde lo alto de una repisa de madera.
La tienda era increíble, mostradores de caoba tallada, repletos con diversos artefactos mágicos y adornos en oro y plata capturaban su atención, pero lo más impresionante de todo era la cubierta de esta, sobre la cabeza del novelista no había un típico techo conformado de madera, piedras o tejas, sino un inmenso cielo nocturno sobre el que una chica de cabellos rosados, sentada al fondo del salón, tejía complicados patrones entre las estrellas conformando diversos dibujos.
—Bienaventurado seas, has llegado al lugar indicado, yo, guardiana de la bóveda celeste seré quien escuche tu petición —escuchó el joven novelista—. Bienvenido, a la tienda mágica. ¿Te atreverás a formar parte del firmamento?
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