4. ¿Cuánto vale la libertad?

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Desperté y lo primero que hice fue marcarle a Édgar. Por un momento se me olvidó por completo que existía una chica que se llamaba Valentina, que vivía al otro lado del mundo y que se había llevado todo lo que yo era.

Édgar no contestó. Intenté llamar a su casa y su mamá me dijo, con voz fuerte, que no estaba. Después, en voz baja, me dijo que Édgar estaba en su habitación, pero que le había pedido que no le pasara ninguna llamada. Su mamá sabía que aquella petición no podía, de ninguna manera, incluirme a mí.

Monté mi bicicleta y me lancé colina abajo, hacia la casa de mi mejor amigo. Al llegar, su mamá me abrió la puerta con una sonrisa y me abrazo.

---Qué bueno que llegaste---me dijo---. No sé qué le pasa a mi niño, no quiso desayunar. Nunca, desde que tengo memoria, se ha negado a mis hot cakes de plátano.

---No se preocupe, señora, que seguro fue la desvelada.

---Pero si no llegó tarde. Para las doce ya estaba en la cama.

Tardé un poco en pensar en la respuesta.

---Estuvimos charlando hasta más tarde---me sentí un poco culpable al mentirle a su mamá, pero lo hice para que no se preocupara.

Al caminar hacia las escaleras, el olor del desayuno me golpeó tan fuerte que me hizo rugir las tripas. Salí de mi casa tan apresurado que yo tampoco alcancé a desayunar.

---Huele riquísimo---dije, con la esperanza de que hubiera suficiente como para alimentar a uno más.

---Si lo convences de bajar, te preparo los tuyos, extraespeciales.

---Me gustan con chispas de chocolate---le dije y subí corriendo al cuarto de Édgar.

En el camino pensé en cómo comenzaría la conversación que tendría con mi mejor amigo. El tema no debe ser nada fácil para él si salió corriendo como lo hizo.

Toque la puerta y, como me lo esperaba, no hubo respuesta. Volví a intentar. Esta vez, sí contestó.

---Ya te dije que no tengo hambre.

---Pues yo sí tengo, y mucha. Y tú mamá me prometió una montaña de hot cakes de plátano con chispas de chocolate si logro convencerte de bajar. Así que ponte algo decente y vamos a la cocina, que muero de hambre.

Édgar se levantó de la cama inmediatamente y me miró sorprendido.

---¿Qué haces aquí?

---Tenemos que hablar---le dije.

Bajó la mirada.

---Te estuve marcando toda la noche. ¿Le pasó algo a tu celular?---le dije, tratando de romper lo incómodo de la situación.

Silencio.

---¿Prefieres que finjamos que no vimos nada? Lo podemos hacer, pero me parece una tremenda estupidez.

Édgar caminó hasta el clóset, se metió y cerró la puerta.

---¿Que haces?---le pregunté.

---Si vamos a tener esta conversación, prefiero no verte la cara al hacerlo.

Así que comenzamos con una puerta de por medio.

---¿Cuanto tiempo?---pregunté.

---¿De saber?

---Sí

---No lo sé. Creo que siempre lo supe, pero no estaba realmente seguro. Tal ves un año---me dijo.

---¿Por qué no me lo dijiste antes?

---No lo sé..., tenia miedo.

---¿Miedo de qué?

Ocho lugares que me recuerdan a ti✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora