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2. RUMORES

Silencio y más silencio.
Como siempre, lo único que se escucha es el sonido de los cubiertos chocando y uno que otro murmullo.

En todo aquel ambiente tenso y silencioso, alguien da un suspiro extremadamente sonoro. En segundos, todo rastro de sonido desaparece cuando todos dentro de la posada voltean a ver con molestia al causante del molesto ruido. Nie Huaisang se encoge en su asiento ante las miradas y se disculpa en voz baja, escondiéndose detrás de su abanico.

Los clientes vuelven su mirada con molestia y Nie Huaisang llora en su interior.

No era culpa suya que su cultivación fuera baja y no pudiera ayudar a aquellas personas, se dice así mismo en consuelo. Aunque, de cualquier forma, aún si tuviera el poder suficiente, Nie Huaisang no ayudaría a aquella gente a hacerle daño a esa persona.

Asegurándose de hacerlo en silencio esta vez, suelta otro suspiro apesadumbrado, esta vez todo el mundo lo ignora y continúan con sus asuntos.

Un fuerte dolor de cabeza lo invade y se frota las cienes con la punta de sus dedos en movimientos circulares.

Yiling... Definitivamente no era uno de los destinos favoritos de Huaisang. El ambiente siempre era tenso y los habitantes siempre pedían su ayuda para erradicar la "amenaza" que habitaba la ciudad resentida, tratándolo de la peor manera cuando se enteraban de su baja cultivación.

Todas y cada una de sus visitas a Yiling eran un dolor de cabeza para Huaisang.

Pero lo soportaba, si tenía que sufrir aquello cada vez a cambio de ver a esa persona, Huaisang definitivamente lo sufriría. Valía la pena.

Ya de una hora de haber descansado en la posada, sintió que había descansado suficiente y era tiempo de seguir. Sin más, Huaisang se levantó y se marchó de la posada, dejando tras de sí más del dinero necesario en la mesa y un sabor amargo en los comensales.

Fuera el ambiente era como siempre, sombrío y descolorido. Tampoco había muchas personas afuera y las pocas que había parecían evitarlo como si se tratara de una vil plaga, pero no le tomo importancia; si era sincero consigo mismo, sé había acostumbrado después de más de una década.

Así, al pasar cerca de una vinatería, el olor lo hizo pensar en aquella persona y sonrió.

Bien podría comprar algo de alcohol para él como un regalo.

Con ese pensamiento en mente, entró y compró el mejor vino que había. No era ningún Sonrisa del Emperador, pero se aseguró de que el vino sería del agrado del destinatario. Esa persona era muy exigente con el vino.

El vino fue costoso, demasiado se atrevería a decir, pero Huaisang no le prestó más atención al imaginar la sonrisa que seguramente mostraría aquel hombre cuando le diera el preciado elixir.

Posó una mano en su frente para evitar los débiles y escasos rayos del sol y miró hacia el cielo con una sonrisa.

Retomó su rumbo anterior antes de entrar a la posada e ignoró las miradas recelosas de los habitantes.