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ALONSO

Admito que la primera vez que la vi me sorprendí. Y no es para menos, porque a pesar de su corta edad su belleza es deslumbrante. Desde que le hice aquel préstamo a su padre me dediqué a investigar toda su vida: una esposa dedicada a su casa y una sola hija cursando primer semestre de administración de empresas.

Sospechaba que él no tendría como pagarme, fue por eso que inicié a vigilar todos y cada uno de los movimientos de él y su familia. Al hacerlo, supe cuál sería la única manera en la que podría resarcir su deuda conmigo.

Ainnara Duque.

Aún no he decidido qué hacer con ella. Con aquel rostro inocente y ese cuerpo perfecto puedo ponerla a trabajar en uno de los burdeles que tiene mi tío Antonio para recuperar algo del dinero que perdí con aquel miserable hombre, pero una parte de mí ser se niega profundamente a ello. Ella me traería mucho dinero, de eso estoy seguro porque ¿quién en su sano juicio no daría hasta su ultimo peso por tenerla una noche en su cama? Ella es lo más impresionante que he visto en mis treinta años de vida.

Cuando llegamos a mi mansión, uno de mis hombres se encarga de bajarla. Se encuentra inconsciente, mejor para mí; no hubiese soportado sus lloriqueos todo el camino.

―¿Dónde quiere que la deje, señor? ―pregunta Alves, mi mano derecha.

―Sígueme.

Caminamos hasta llegar a la segunda planta. Llego a una de las habitaciones, prácticamente se encuentra diagonal a la mía. Temprano le pedí a Luciana ―quien se encarga de la limpieza de la casa junto a su sobrina― que preparara la habitación y que la acondicionara como ella creyera necesario.

Cuando entramos, Alves la deposita sobre la cama y ella parece acurrucarse.

―Puedes retirarte ―le digo y este asiente y se marcha.

Camino hasta ubicarme a un lado de ella, quedando su rostro frente a mí.

¡Maldita sea!

Esta mujer, con su rostro inocente y ese cuerpo de infarto, es capaz de volver loco a cualquiera.

¡Mierda y más mierda!

Mis manos pican. Mi cuerpo ruega por tocarla, sentirla. No obstante, me reprimo, no es más que una chiquilla de diecinueve años. Tal vez debería esperar a que despierte mientras decido que hacer. Me dirijo hasta el sillón negro que se encuentra dando al ventanal que hay en la habitación y me siento allí. Desde aquí tengo una vista perfecta de sus torneadas y atléticas piernas.

¡Carajo!, si no detengo mis pensamientos soy capaz de cometer una locura.

Toco mi nariz con la punta de mi dedo mientras analizo todo lo que puedo hacer con ella. Como había pensado inicialmente, la idea de llevarla al burdel de mi tío me suena tentadora, pero no sería justo con ella; por muy desgraciado que haya sido su padre, y por mucho dinero que me haya quedado debiendo, siento un poco de humanidad y me decido en que tal vez lo mejor por el momento es que ella se mantenga en la casa y ayude a Luciana en los quehaceres.

Se remueve sobre el colchón, y murmura algo que, por muy bajito que sonara, alcanza a llegar a mis oídos.

―Luca...

Aquel nombre. No me hace falta ser un adivino para saber de quién se trata. Aquel niño pijo que la acompañaba cuando llegó a su casa. Por la forma en la que lo nombró hace unos segundos, y por como él buscaba llegar a ella horas antes, puedo deducir que eran novios.

Hacia el corazón de Ainnara © Where stories live. Discover now