Kisame lo vio llorar, preparó té para ambos, cuando quiso tomar la taza que se hallaba vacia sobre la mesa, lo detuvo aquella mano pálida.
Era la taza donde había tomado antes de irse aquella última pelea.
Kisame entendió y tomó otra taza.
Le hizo compañía, pero para cuando terminó su taza de té, se percató que ninguna de todas las palabras de consuelo que pronunció fue oída y si las fueron, habían sido ignoradas.
Concluyó que era un caso perdido.
Se levantó de la mesa y dejando su taza vacía sobre la mesa se fue, observó una vez más al azabache con lágrimas en los ojos y se despidió finalmente dejándolo en las más inmensas de las soledades.
Deidara...
Suspiró por última vez, mientras una última lágrima recorría su mejilla.
Jamás había mostrado un rasgo de debilidad, pero se hallaba totalmente destruido. Ya no le molestaba que Kisame lo haya visto llorar.
Levanto su mirada que se había encontrado posada por un largo tiempo en aquella taza de té que se hallaba enfrente de él, soltando aquel pequeño humo blanco.
Se centró en la mesa, específicamente en la taza que se hallaba a su izquierda, aquella taza que impidió que fuera llevada.
Sentía que aún una parte de él se hallaba ahí.
"Ay, Itachi, cariño, te preocupas demasiado, estaré bien, lo prometo. Hm"
Recordaba perfectamente cada detalle de aquella conversación.
La sonrisa llena de confianza, su mirada tan llena de vida, cada una de sus palabras dichas con tanto ligereza como si de la cosa más mínima se tratase, aquellos "hm" pronunciados al final de cada oración, su personalidad tan impetuosa, su postura, Todo, era casi como si aún estuviera frente de él.
Itachi sonrió levemente al recordar como su amado se había lanzado sobre él y como lo beso por última vez.
Casi podía sentir nuevamente la calidez de sus labios.
Pero ahora solo tenía aquella taza vacía de té sobre la mesa.