Capítulo 3: ¿Alucinación?

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Sábado 5 de enero de 2019

La mañana siguiente me desperté muy temprano. Ya a las seis y media de la mañana, mis ojos se encontraban abiertos de par en par. Recuerdo a la perfección el berrinche de niño chiquito que hice cuando, al cabo de unos minutos intentándolo, no logré conciliar el sueño. Tantos meses agotadores de estudios en la Universidad, deseando a gritos tener tan sólo cinco minutos más de tiempo para dormir, ¡y todo para que, cuando finalmente tenga tiempo, no pueda dormir!

Preparé una taza de cocido quemado que la tía Soledad me había mandado por la noche por intermedio del tío Marcial. Justamente, recordé mientras bebía la exquisita bebida tradicional, la charla que tuve con él.

Esa noche me enteré de ciertas cosas interesantes. Conté, primeramente, lo que sucedió con Gabriela antes, cuando vimos la cueva a la distancia. Él me dijo que no preste demasiada atención a lo que diga en ese estado, ya que ella se empezó a comportar de esa manera desde que sus padres la abandonaron. Eso me extrañó, francamente, y aunque no me quiso dar un solo detalle acerca de la identidad de sus padres, los cuales debían ser mis tíos también, en el fondo empecé a hacer suposiciones y teorías al azar.

No quiso mencionar nada de los padres de Gabriela, mostrándose reticente al asunto. Y, cuando vi el álbum familiar, había fotos del tío Jorge con tres hijos, y sabiendo que él estaba ahora en Pedro Juan Caballero con dos de sus hijos, ¿dónde está el tercero? ¿Por qué nadie habló de ese tercer hijo, pero me hablaron con todo detalle del tío Jorge y los otros dos?

En ese momento de la noche, justo cuando me empezaba a vencer el sueño, fue que formulé la teoría que me llenaba más: El tercer hijo del tío Jorge, es el padre de Gabriela. Y, quizás, toda la familia decidió no hablar de ellos porque, como me dijo el tío Marcial, abandonó a Gabriela cuando ella tenía doce años.

Sí, exactamente un año después de mi partida.

Sin embargo, no pensé más en eso. Después de todo, son sólo especulaciones mías, y quizás lo que haya pasado sea algo mucho más simple de explicar. Pero tampoco deseaba meterme de lleno en la vida de los demás, y si formulé todas estas hipótesis, fue solo porque sentía curiosidad y, a la vez, era como una práctica de lo que aprendí en la Universidad a lo largo del primer año.

La mañana pasaba rápido ese primer sábado en Piribebuy. Más o menos a las nueve de la mañana, estaba en el patio trasero de la casa, demasiado grande ya para mí solo, machacando algunos remedios yuyos* para tirarlos en mi termo y tomar tereré**. Saqué una silla de esas mecedoras que encontré en la sala, y la coloqué en el galpón, bajo la sombra del techo de chapa, el que me permitía respirar a gusto el aire veraniego del campo, tan puro como nunca lo había sido en la ciudad.

Empecé a beber el tereré, el cual me refrescaba por dentro. Entonces, fijé la vista hacia el campo. Los montes lejanos, los árboles que mecían sus hojas gentilmente al paso del viento. Algunos pájaros jugueteando y cantando de aquí para allá. Más hacia el fondo, podía oírse el mugido de las vacas, o el canto de los gallos. Un par de pollitos cruzaron el galpón rápidamente y se internaron del otro lado, hacia el terreno principal de la familia, el hogar de la tía Soledad.

Pensé en hacer una visita rápida antes, pero decidí ir cerca del mediodía, quizás me vuelvan a invitar a comer, como lo hicieron anoche cuando llegué acompañando a Gabriela luego de pasear toda la tarde por el campo.

Es una buena chica, pensé. Amable, juguetona, simpática, aunque pareciera ser lenta en algunas cosas. Quizás era eso lo que hacía que fuéramos tan unidos en el pasado, aunque yo no pueda recordarlo. Pero, aunque me incomoda estar con desconocidos, siempre, haber estado toda una tarde con ella no se me hizo pesado en ningún momento. En cambio, se sentía como si estuviera con una amiga de toda la vida.

... Y entonces eran las 9Donde viven las historias. Descúbrelo ahora