Giyuu, el chico de los ojos brillantes

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Giyuu fue el chico más bonito que Sabito conoció alguna vez. Y hay que tomar en cuenta que él ni siquiera era (o es) de utilizar tal adjetivo. «Bonito» no es un término recurrente entre las conversaciones de hombres, pero a estas alturas le da un reverendo igual qué pueda considerarse recurrente entre ellos o no. Está seguro: Giyuu fue el más bonito y punto.

Sabito creció en un ambiente familiar estricto; su padre había sido entrenador de kendo hacía algunos años y, de hecho, el profesor de su colegio fue a su vez su aprendiz. Le enseñaron a sostener una espada de madera antes de que aprendiera a correr. Por ello es que sabía un poco más que el resto de sus compañeros, o al menos eso suponía. No lo recuerda del todo. De sus días de primaria y secundaria, extrañamente sólo recuerda bien a Giyuu, el chico de sonrisa dulce que siempre le pedía consejos a la hora de practicar. El mismo que solía llorar cada que se metían con él o esperaba un cumplido apenas ganaba un enfrentamiento. Tenía el cabello oscuro como el azabache y los ojos azules y profundos como el mar, y estos brillaban, brillaban tanto que Sabito habría podido contar las estrellas sobre sus iris y pupilas. Pero nunca lo hizo. Era sólo un mocoso de 11 años y los mocosos de esa edad no se detienen a contar los reflejos de la luz en los ojos de otros. Para entonces prefería atragantarse haciendo competencias por quién se comía primero entero el arroz del almuerzo.

Ahora, quizá, con 21 años, se atrevería a contar los infinitos astros del universo en sus orbes.

Solían reunirse en los recesos para retarse (o comer como personas normales) y a veces regresaban a casa por el mismo camino, mas recuerda que él vivía por el sentido contrario y debía echarse más tiempo andando por acompañar a su amigo. También recuerda a la hermana mayor de este, su rostro casi igual de bonito cuando le venía a buscar durante la escuela elemental. Tsutako. Creo que se llamaba Tsutako. Es una lástima que, pese a recordar cosas tan simples aunque detalladas, Sabito no pueda hacer memoria de cuándo conoció a Giyuu ni cómo fue que empezaron a hacerse unidos. Aquel chico había aparecido tan espontáneamente en su infancia que él se lo tomó como si siempre hubiera estado allí, y eso le gustaba (pese a que nunca lo admitiera en voz alta), al igual que escucharle repetir su nombre todos los días por los largos pasillos del colegio. 

     "Espérame, Sabito"

     "¡Buenos días, Sabito!"

     "¿Uh? Claro que te escucho" 

El último año que compartieron juntos se dejó crecer el cabello sólo por complacerlo, incluso si era él quien aprovechaba cada oportunidad para sentir las suaves hebras de la melena oscura. Cosa de mocosos. Sabito, en realidad, sabía que no era normal que los amigos se quisieran de esa manera, y que no todos tendrían la ventaja de reconocerlo a tiempo y poder llevarlo con cautela. Por más que tratara con todos sus compañeros en el club de kendo y del colegio, siempre acababa pensando en Giyuu. Y en que quería estar con él. Se le retorcía el estómago cuando ambos se quedaban a solas y sus manos rozaban en un descuido. Había olvidado aquella sensación. Había olvidado que concluyó estaría lejos de hacerle gracia a su padre, e igual había olvidado que de todas formas la disfrutó en silencio. Porque si nadie lo decía no podría hacerse del todo real. No existirían quejas al respecto. Tuvo el suficiente olfato para oler a la fatalidad acercarse—al creer que lo más probable sería que ni el propio Giyuu lo entendiera. 

      ...y los ojos azules y profundos como el mar, y estos brillaban, brillaban tanto... Para Sabito es un alivio que sigan igual de intensos.  

Siempre se sintió mal por haberse marchado sin despedirse correctamente. Tuvo todo un mes para hacerlo y se quedó en blanco el último día, así que rompió una hoja de su cuaderno y escribió. Después no lo demostró porque la enfermedad de su padre le ocupó por completo: había extrañado a Giyuu una barbaridad. Si pudiera decírselo en esos momentos, lo haría. Es sólo que tampoco puede acercarse como si nada y soltarle "eh, Tomioka, te acuerdas de mí, ¿verdad? ¿Cómo te ha tratado la vida?" 

Su padre había muerto el mismo año en que se mudaron a la ciudad, y aun así su madre decidió se quedaran allí, con el resto de la familia paterna. ¿Qué era un hijo ante la decisión final y el dolor crudo de una madre? 

Resopla, sus dedos tamborilean el mesón de su pupitre una y otra vez mientras el profesor sigue hablando sobre el estado social y económico de los educadores en Japón. No es nada que no sepa, ya estudió el tema de esa clase. Sin embargo, su ex compañero (que por lo visto lo vuelve a ser) mantiene una expresión calma y atenta a... seis pupitres de distancia, prestando atención, tomando los correspondientes apuntes; es así hasta que finalmente gira hacia él y sus miradas se encuentran. Ninguno sonríe, ninguno forma una mueca. Solo se observan entre sí.

Giyuu está incluso más bonito que la última vez que lo vio, en la puerta de su casa, faltando una semana para las vacaciones de invierno. Sabito piensa en todo lo que olvidó y recordó al mismo tiempo en que le mantiene la mirada y entonces, se levanta. Desconoce las ganas que nacen en Giyuu por querer salir corriendo de allí a máxima velocidad al verle acortar distancia. Se limita a hablar dentro de su cabeza, puede que ya no sea un llorón. Quién sabe. 

 

いかないで ; sabigiyuuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora