Sabito, el hombre de las manos grandes

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Después de que Sabito se acercara a saludarlo a mitad de la clase, Giyuu consideró cambiarse de sección.

Ni siquiera había podido reaccionar con normalidad. Había tensado las manos, su cara vuelto un poema; pero Sabito de igual forma se sentó a su lado, como si no llevaran 8 años sin saber nada del otro. Su cabello color melocotón, ahora más recortado, seguía siendo tan puntiagudo como las espinas de una rosa y resaltaba entre el resto de los mechones oscuros de la clase. Pero su cabello jamás me recordó a las rosas. En cambio, devolvió a Giyuu a esa primavera de secundaria, esa que transcurrió antes de que el padre de su amigo cayera en cama por la enfermedad y él le ocultara todo mientras se dejaba crecer la melena para mantenerle a gusto.

Se dejó distraer y perdió tanto el hilo de lo que hablaba el profesor tanto la noción del tiempo. Cuando volvió a verle se sorprendió: Sabito le sonreía. Suave y breve. Y su corazón se alzó por segunda vez en el día.

No lo odiaba ni le guardaba rencor.

Nunca habría podido odiar a quien fue su mejor amigo, pero volver a tratar con él le había parecido un sueño borroso al día siguiente, y al día después de ese.

Sabito le esperó apoyando la espalda en la pared fuera del salón, puesto se había levantado primero, y se mantuvo caminando junto a él hasta que donde pudo. Tenía una motocicleta color verde; Giyuu pensó que era muy típico del Sabito que conoció en cuanto lo vio hacerse pequeño, alejándose por la calle.

Tras una semana de discusión consigo mismo, abrió sesión en su cuenta de la universidad y permaneció estático frente a la pantalla del computador, leyendo la opción de cambio de sección una y otra vez hasta que lo interrumpió un olor a quemado. Sus ojos cansados también se encontraron con el humo proveniente de la cocina.

"¡Los huevos...!"

Entonces salió corriendo. Algo tarde. Esa noche se fue a dormir con el estómago vacío y sin cambiar de sección de sociología, y Sabito continuó sentándose a su lado el resto del semestre.

Era increíble que ambos estuvieran estudiando la misma carrera. Cuando le contó al otro que llevaba tres años viviendo en Tokio, este guardó silencio, con una expresión seria y sus cejas alzadas con peculiaridad, al estilo Sabito, luego soltó "¿llevas tres años estudiando en la misma universidad que yo y nunca te había visto?"

"..."

"Giyuu".

"Supongo, no he repetido ninguna materia".

"Pff... eres increíble".

A él, por su lado, no le sorprendía.

Él llegaba, recibía su clase, hacía lo que debía hacer, y regresaba de inmediato a su apartamento. En silencio, rápidamente. Muchas personas que compartieron clases con él no recordaban haberlo visto una vez en la vida, aun si él se había memorizado todos los nombres con los que tuvo que hacer algún taller. Solía saludar a ese chico que hizo un trabajo grupal con él durante el primer semestre, Murata, y este siempre quedaba perdido hasta que a los cinco minutos le devolvía el saludo.

Su vecina, una estudiante de primer año de medicina llamada Shinobu, siempre se las arreglaba para colársele mientras él abría la puerta del apartamento, y pasaba lo que quedaba de tarde en su sala, metiéndose con él señalando el que jamás traía a nadie o simplemente compartiéndole de las galletas horneadas que solía vender.

"Son para ayudarme un poco con el sustento" le contaba.

Por lo que Giyuu sabía, se vendían bien. Además eran bastante ricas.

Podía haberla echado y ya, pero Giyuu sentía que ella estaba tan sola como su propia persona. Lo criticaba por no tener amigos mientras ella sólo tenía la visita de sus primas menores. Y claro, debía admitir que le gustaban sus galletas de vainilla. Si Shinobu no se colaba a su casa por una semana él mismo tocaba su puerta y compraba un paquete. Ahora, si lo pienso mejor ¿no será todo una táctica de venta? Fuera como fuese, el repentino deseo de que Sabito probara las galletas se planteó en su cabeza. Imaginó a Sabito en su apartamento, hablando con él y echándose relajadamente en el sofá, y algo en su interior se aceleró tanto que tuvo que obligarse a apartar el pensamiento.

No tenía excusa para invitarlo. No. ¿Por qué tenía que pensar tanto en el de cabellera desordenada?

Si hubiera sido algo más perceptivo, habría descubierto que en realidad Shinobu estaba interesada en él. Que se alegraba un poco cuando este tocaba a su puerta. No obstante se trataba de Giyuu, quien tampoco sospechó por un solo instante que su mejor amigo de cabellera desordemada estuvo toda la pubertad enamorado de él.

Nunca había sido bueno tratando con las personas. Socializar era demasiado duro. Si excluía a su vecina, fácilmente podría decirse que en la actualidad no pasaba tiempo con nadie. Si Tsutako estuviera viva, al menos, podría haberlo visitado con regularidad. Si Tsutako estuviera viva... Sabito lo devolvió a la realidad.

"¿Puedo visitarte?"

"¿Hm?"

"Me refiero, haremos este trabajo juntos ¿no?" golpeteó su libreta, sus manos eran grandes y robustas. Giyuu las detalló por un instante. "Sería mejor hacerlo en tu casa. Digo, es mejor a pasarlo aquí en la uni."

"No quiero que vengas" dijo a secas mientras seguía mirando sus manos. Al darse cuenta de la expresión de Sabito, añadió "...Está desordenada."

"Wow" percibió la mentira, mas no se quejó. Él mismo se miró las manos porque Giyuu era muy malo para disimular "¿entonces vienes a la mía?"

Hubo un momentáneo silencio. Giyuu cambió apenas su expresión, pero de que la cambió la cambió. Ojalá el otro lo hubiera notado.

"¿Puedo ir?"

Sabito resopló. Tengo una santa paciencia con este tipo...

"Te acabo de ofrecer que vengas, ¿o es que no entiendes japonés?"

"Sí te entiendo, pero si me sigues hablando en ese tono no iré"

La voz de Sabito salió desafinada, casi graciosa "...¿Vendrás o no?" y entonces consideró que quizá el moreno estuviera tomándole el pelo, buscando molestarle, porque se rió.

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⏰ Última actualización: Mar 22, 2020 ⏰

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いかないで ; sabigiyuuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora