3. "Tradición, tradición"

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Entré en mi cuarto, y como magnetizado, fui atraídohacia aquella Biblia grande negra. Era la única Biblia ennuestro hogar. Mamá y papá no tenían ninguna. Yo no teníaidea de dónde había venido, pero había sido mía hasta dondeyo podía recordar.Las páginas casi no se habían abierto desde nuestrallegada a Canadá, pero ahora oré: "Señor, tienes quemostrarme lo que me pasó hoy". Abrí la Escritura ycomencé a devorarla como un hombre hambriento a quiense le acaba de dar un trozo de pan.El Espíritu Santo vino a ser mi maestro. En esetiempo yo no lo sabía, .pero es exactamente lo que milagrosamentecomenzó a suceder. Tú ves, los muchachos enla reunión de oración no dijeron: "Aquí está lo que dice laBiblia". Ellos no me dijeron nada. En realidad, no teníanidea de lo que había ocurrido durante las veinticuatro horaspasadas. Y, por supuesto, yo no le dije una palabra de ello amis padres.Comencé leyendo los Evangelios. Me encontré a mímismo diciendo en voz alta, "Jesús, ven a mi corazón. Fbrfavor, Señor Jesús, ven a mi corazón".En pasaje tras pasaje de las Escrituras veía el plan desalvación que se abría. Era como si nunca antes hubieraleído la Biblia. Oh, amigo, está era viva. Las palabras fluíandel manantial, y bebí libremente de ella.Finalmente, a las tres o cuatro de la mañana, con unapaz suave que nunca antes había conocido, me quedédormido.


PERTENECIENDO


El día siguiente en la escuela yo busqué a aquellos"fanáticos" y les dije: "Oigan, me gustaría que me llevarana la iglesia de ustedes". Ellos me hablaron de una fraternidadsemanal a la que asistían y me ofrecieron llevarme,dos días más tarde.Aquel jueves en la noche me encontré en "LasCatacumbas". Así ellos la llamaban. El servicio era igualque la reunión de oración de aquella mañana en el colegio-la gente levantaban las manos, adorando al Señor. Enesta ocasión me uní a ellos."Jehová jire, mi proveedor, Su gracia es suficientepara mf', cantaron una y otra vez. Me gustó aquella cancióndesde el primer momento que la oí, y me gustaba aun máscuando supe que fue escrita por la esposa del pastor, MerlaWatson. Su esposo era el pastor de este rebaño tanextraordinario.Las Catacumbas no era una iglesia típica. La genteque asistía era una multitud de cristianos exhuberantes quese reunían todos los jueves por la noche en la Catedral deSan Pablo, una iglesia anglicana en el centro de Toronto.Estos eran días del "Movimiento de Jesús" cuandolos llamados "Hippies" se estaban salvando más rápido deque lo que les llevaba cortarse el pelo. Imagínate, yotampoco había visto una silla de barbero en largo tiempo.Miré alrededor. El lugar estaba llenos de jóvenescomo yo. Era digno de verse. Saltaban para arriba y paraabajo, danzando y cantando alegres al Señor. Era difícilpara mí creer que un lugar como aquel existiera en verdad.Pero de alguna manera, desde aquella primera noche, yosentí que pertenecía a aquel grupo."Sube allá"Al concluir la reunión, Merv Watson dijo: "Quiero quetodos ustedes, los que desean hacer una confesión públicade sus pecados, pasen al frente. Vamos a orar con ustedesmientras le dicen a Cristo que venga a su corazón".Yo comencé a estremecerme y a temblar. Pero pensé:"Yo no tengo que ir allá, porque ya estoy salvo". Sabía queel Señor se había hecho cargo de mi vida a las ocho menoscinco del lunes en la mañana. Y ese día era jueves.En unos segundos me encontré caminando hacia elfrente por el pasillo tan rápido como pude. No sabía deltodo por que lo hacía. Pero algo dentro de mí me estabadiciendo: "Sube allá".Fue en aquel momento, en un servicio carismático enuna iglesia anglicana, que este pequeño buen católico de unhogar de la iglesia ortodoxa hizo una confesión pública desu aceptación de Cristo. "Jesús", dije yo, "te pido que seasel Señor de mi vida".La Tierra Prometida no se podía comparar a esto.Cuánto mejor estar donde Jesús estaba, que donde el habíaestado.Aquella noche cuando llegué al hogar, estaba tanlleno de la presencia del Señor, que decidí decirle a mimamá lo que había pasado (No tuve el valor de decírselo ami papá)."Mamá, tengo que compartir algo contigo", le susurré."¡He sido salvado!"En un momento decayó su semblante. Me miró y dijoclaramente, "¿Salvado de qué?""Confía en mf -le dije. "Tú entenderás".El viernes en la mañana y todo el día -en la escuela,en el kiosco, en todo lugar adonde iba, una visión continuabadelante de mí. Me veía predicando. Era increíble,pero no la podía dejar. Veía las multitudes. Y allí estaba yo,con un traje, mi cabello bien arreglado y limpio, predicandocon vehemencia.Aquel día encontré a Bob, mi amigo "raro", que unavez había cubierto las paredes del kiosco con versículos dela Escritura. Yo le conté sólo un poco de lo que habíapasado esa semana. Y le dije que aun me veía predicando.
"Bob", le dije, "todo el día ha sido así. No puedosacar de la mente la visión de verme predicando a grandesmultitudes al aire libre; en estadios, en iglesias, en salas deconciertos". Comenzando a tartamudear, le dije: "Veogente, hasta donde pueden llegar mis ojos. ¡Estaré perdiendola razón! ¿Qué tú crees que quiere decir esto?""Puede ser sólo una cosa" -me dijo él. "Dios te estápreparando para un gran ministerio. Yo creo que es maravilloso".

Buenos dias Espíritu Santo - Benny HinnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora