Él tenía puesto ese traje azul que se ajustaba a su figura y le favorecía tanto.
Nuestras miradas se encontraron a mitad del salón cuando, muy brevemente, retiré la atención de mis manos.
Y toqué, toqué todavía más fuerte, más eufórico cada nota, confundido, recibiendo todas las bendiciones de esa noche con la misma rapidez con la que se deslizaban mis dedos sobre el piano.
Por unos segundos olvidé la lista. Sintiéndome ligero al instante. Libre en mis teclas blancas y negras, ya muy lejos de las melodías repetitivas que agonizaban entre las conversaciones de los clientes.
Al final, todos los ojos mudos sobre mi, pero unos que brillaban en especial expresaban pensamientos que parecían diferentes.
—Kris. Ven.
Antes de escuchar todo aquello ya sabía que esa sería mi última noche. Aunque intenté usar algunas palabras para salvar mi frágil confiabilidad y disculparme repetidas veces sobre lo mal que estuvo dejarme llevar.
Me escuchaba diciendo todo lo posible, todos mis trucos porque era demasiado patético perder en navidad. Al tiempo que la voz de mis sueños suplicará porque nada de eso funcionara y me hecharan de allí de todos modos.
Tal como lo pidió, sucedió.
Tome mi abrigo, las próximas y salí de allí tan rápido como pude.
Si había aurrinado la maldita lista, ¿a quién le importaba?
—A mí.
Con el traje azul, alto y un poco agitado con los pasos que seguro tuvo que pegar para alcanzarme a través de tres calles.
Reconocería en cualquier otro lugar esos ojos brillantes a pesar de haberlos visto una sola vez.
—Disculpa, es que hablabas en voz alta.
Lo miré, no como cuando estás en medio de tocar la nota de una canción sino como cuando realmente miras las líneas y los puntos en el rostro de alguien.
Descubrí que no hacía falta mirarle toda la noche para reconocerle como un tipo guapo. Se veía bien con las luces del restaurante, pero bajo la farola de una calle solitaria y azul me pareció todavía más atractivo.
Quise decir algo.
—Es una mala costumbre.
—Como saltarte la lista, seguro.
Escuché su risa.
—Estuve allá. Te oí tocar y solo quería decir que fue maravilloso. No soy un fanático de la música, pero sin duda fue lo mejor que escuché en mi vida.
Entonces volvió a reír de forma muy distinta. Esta vez fue un sonido dulce, casi tímido.
Ahí estaba el inicio de algo que podía ser maravilloso o un sueño más que quedaría inconcluso.
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Hace unas horas ví La La Land, y de nuevo lloré con el reencuentro de Mía y Sebastián.
Me gustan las historias de amor no por la promesa de un para siempre, sino porque da gusto ver cómo son los caminos de la vida que se acomodan justo para colocarnos donde debemos estar.Buenas noches.
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