Capítulo III

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Oye un zumbido, fuerte, estrepitoso, reverbera entre sus sienes, en las paredes de su mente, golpea, choca, y luego se expande durante unos segundos de forma lineal y uniforme hasta que vuelve a hacer oscilaciones, bruscas, vibraciones, toscas. Y en la oscuridad percibe algo que no está allí. Un líquido que desciende sobre una pantalla circular transparente. Oye una voz de mujer, y nota el corazón en el pecho acelerando el pulso.  Y en la oscuridad, entre los zumbidos y la espesa cortina de aquel líquido incoloro percibe el rostro de una joven deformado por las curvaturas del fluido que resbala por sus pómulos, por su nariz, y una mano trata de alcanzarle, y por un momento la respiración se detiene, trata de tomar aire pero no puede, tiene la garganta completamente seca, cerrada, taponada por algo invisible. Intenta inhalar, tomar el aire por la nariz, y a penas lo consigue cuando nota un profundo dolor de cabeza entumeciendo su nuca. Vuelve a intentar toser, respira, respira profundo, vuelve a intentarlo por la boca, y de pronto nota aquello en la garganta, aquello que la cierra. La voz de la mujer resuena en sus oídos, esta vez más nítida, más clara, y de pronto, casi sin darse cuenta, abre los ojos.

     Y lo primero que hace es erguirse en la cama sobre el codo izquierdo, y una punzada en el costado opuesto le oprime la cara en un claro gesto de dolor agudo. Inhala con todas sus fuerzas, tose, y expulsa  al suelo una espesa masa de flema impregnada de hebras rojas. Luego se deja caer sobre el colchón, y suspira, ya despierto, mientras mira de reojo la cortina blanca, las sábanas, la bata blanca del hombre que tiene delante, su expresión azorada y la carpeta que sostiene entre las manos.

-Cariño...-escucha, gira la cabeza y ve el rostro de Alicia encorvándose en la cama sobre él, besándole la frente. -¿Estás bien? Me has dado un susto de muerte.

Elías asiente con lentitud, tiene el cuerpo dolorido, con poco convencimiento mira por el rabillo del ojo el brazo derecho amoratado. Luego se lleva la mano derecha al rostro y se pasa los dedos por la mejilla, nota la piel adormecida, la carne inflamada.

-Menudo golpe, ¿Eh?- dice el doctor. -La verdad es que es usted muy afortunado, hemos perdido a más de uno en este hospital por atropellos como este. 

-Joder...-murmura Elías. Al oír su propia voz se estremece, ¿Tan duro fue el golpe?. Trata de incorporarse en la cama pero el doctor niega con la cabeza.

-Es mejor que no se levante.

-Solo quiero sentarme.

-Será mejor que no lo haga, tiene dañadas las costillas, y aún no sabemos cuál es el alcance de la lesión. Le hemos hecho una resonancia pero aún no tenemos los resultados. Voy a pedirle hasta entonces que tenga paciencia.

-Quiero agua, tengo la garganta seca.

-No, será mejor que espere, le hemos inyectado suero, pero hemos restringido las tomas orales porque con las lesiones internas que tiene podría asfixiarse. Asi que no beba nada, ni agua, ni nada, ¿Entiende? Con el suero se mantendrá hidratado. 

-Está bien.

-Les dejo solos, en unas horas tendremos los resultados de las pruebas y me pasaré por aquí a comentárselos.

-De acuerdo, gracias doctor. 

Elías le observó caminar, arrastrando los pies, lenta y parsimoniosamente, abandonando la habitación que él estaba obligado a ocupar.

-Quiero irme de aquí.

-¿Qué? Acabas de llegar, y estás...muy mal, ¿Adónde vas a ir?

-Estoy bien, joder. 

-¿Cómo ha sido? ¿Qué ha pasado?

-No ha pasado nada, ha sido una tontería. Estaba...estaba hablando con un tipo, y de repente...-Elías recuerda entonces el golpe, el chirrido de los frenos, como un arañazo brutal resquebrajando sus tímpanos, la embestida, la ceguera repentina, fugaz, la visión de aquella mujer espectral, la ropa manchada, la lavadora.

-¿Y de repente qué? ¿Te llevó el coche por delante? ¿No lo viste venir? ¿Por qué no lo viste? ¿Y dónde ibas, cielo? 

Elías desvió los ojos, había oscurecido, debían ser al menos las nueve de la noche, ¿Cuánto tiempo había estado dormido? ¿Qué había pasado en todo ese tiempo?

-¿Dónde están mis padres? ¿Saben lo que ha pasado?

-Si, pero no me has contestado.

-¡Claro que no lo ví, Alicia! ¡Claro que no lo ví! ¿Qué quieres que te diga? Me haces unas preguntas, joder...

Ella se levantó, entrecerró los ojos, que amenazaban con desatar una tormenta de lágrimas y se cruzó de brazos.

-He pensado en ir a casa, cambiarme y venir a pasar la noche aquí, contigo. 

Elías giró la cabeza, observó la cortina blanca que separaba su cama de la que tenía al lado, que afortunadamente estaba vacía, luego exhibió  en su rostro una aparente mueca de indolencia,mientras llegaba a su mente la imagen de la ropa húmeda, arrugada, retenida en la lavadora. 

-No, no te vayas, Ali, quédate aquí, mañana por la mañana seguramente me den el alta y podamos irnos los dos, mañana vamos, ¿Vale?

Alicia sonrió por un momento, y tomó su mano izquierda entre las suyas. 

-Está bien...¿Te da miedo quedarte solo?

Elías asintió, cabizbajo. 

-Y voy a necesitar que me ayudes, por si tengo que...ir al baño y eso. 

La sonrisa de Alicia se ensanchó, se levantó, volvió a besarle en la frente. Luego trató de alisar su pelo, que después de las pruebas parecía sucio y desaliñado, y mientras lo hacía sacó el teléfono móvil del abrigo, que en ese momento vibraba.

-Ahora vuelvo.- Elías la vio salir de la habitación, contestando a la llamada, y tragó saliva. Miró de reojo la pequeña mesa que tenía al lado, pero allí no estaba lo que buscaba. Luego, estirando los brazos y soportando las punzadas que por momentos le cortaban la respiración, buscó en la bolsa gris, proporcionada por el hospital, dónde debían estar sus efectos personales. Encontró su ropa, el cinturón, la ropa interior, los calcetines, pero allí tampoco estaba, y entonces cayó en la cuenta. El móvil, que vibraba, el que llevaba Alicia, aquel, con el que había salido de la habitación, era el suyo. 

La mano derecha, empuñó la sábana, la que tapaba sus piernas, luego la que cubría el colchón, y después agarró también el colchón, clavando las uñas en su superficie; apretó los dientes, tomó aire, tragó saliva, y miró de nuevo la ventana. Tenía que levantarse, ver si podía abrirse, identificar en qué piso estaban, a qué altura del suelo, y lo intentó. Trató de deslizar las piernas, de incorporarse, una vez más, pero la punzada en el costado esta vez le atravesó la cintura, las caderas, las ingles, y también hacia arriba, el ombligo, el vientre, y durante unos segundos, sus pulmones se contrajeron resistiéndose a oxigenar el cuerpo. 

Luego, cuando por fin pudo respirar, se mordió el labio inferior, y negó con la cabeza. 

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⏰ Última actualización: Feb 03, 2020 ⏰

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La maldición de Elías ByrchDonde viven las historias. Descúbrelo ahora