Prólogo

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La noche había llegado a la Ciudad Z y pintaba de negro los desolados callejones de aquel terrorífico distrito al que nadie tenía el valor de acercarse, mucho menos a esas horas; pues corría el rumor de que un abominable ser de fuerza descomunal habitaba en esos territorios.

Y efectivamente, entre esas abandonadas calles, en un humilde apartamento, vivía un ser cuya fuerza superaba los límites de la imaginación humana. Un ser tan poderoso que requería de tan solo de un puñetazo para aniquilar a cualquier enemigo que se le cruzase por delante. No se trataba de un monstruo, no, ni mucho menos de una entidad proveniente de otro mundo; el portador de aquella fuerza inimaginable no era nada más que un ser humano, un héroe por ocio y lucro cuando se requería, un hombre común y corriente cuando volvía a colgar en su percha su extravagante traje de héroe. ¿Su nombre? Saitama.

El héroe de clase B vivía acompañado de su enérgico y leal alumno, Genos, un adolescente cuyo cuerpo estaba compuesto por un duro blindaje, circuitos, cables y un cerebro humano; sí, un cíborg, otro héroe. Era Genos un muchacho de por sí bastante peculiar; descartando su llamativo diseño, su poca común personalidad y su trágico pasado, el joven sentía una admiración y estima por su tutor tan grandes como el imparable poder de este.

De alguna manera se las había arreglado para terminar convenciendo a Saitama de tomarlo como discípulo, a tal punto había llegado su insistencia que logró mudarse junto a su maestro, en aquel pequeño apartamento en el que apenas entraba una persona.

Salvo todas las predicciones del mayor, la convivencia con su apasionado alumno no fue precisamente mala, de hecho, era bastante buena. Genos, como si de una aspiradora inteligente se tratase, mantenía todo el apartamento limpio y ordenado, obviamente, ambos se turnaban para hacer los quehaceres del hogar y cocinar, y en sus ratos libres se hacían una agradable compañía.

Saitama creía que una vez el chico se diese cuenta de que él no tenía nada que enseñarle, se marcharía tan pronto como había llegado, pero otra vez su predicción no fue cumplida, pues cada día que pasaba el cíborg parecía profesar más y más admiración hacia su maestro y las enseñanzas que este le inculcaba.

La relación maestro-alumno no podía ser mejor. Pero aquella noche todo cambiaría drásticamente.

Ambos se encontraban sentados cara a cara, cada uno con un tazón de sopa de miso, degustando la cena de aquella noche. La conversación de sobremesa había variado entre temas triviales hasta que de repente, el cíborg se enmudeció totalmente, primero porque estaba escuchando una anécdota de Saitama y segundos después porque había comenzado a divargar entre sus pensamientos. Incluso permaneció en silencio cuando su maestro había dado fin a su monólogo tras percatarse de que su discípulo, por muy increíble que fuese, no le estaba prestando atención.

Saitama no hizo nada por sacarlo de su trance, simplemente continuó tomando su sopa de miso y una que otra vez degustando de los trocitos de tofu, en espera de que Genos dijese algo. El cíborg lo miraba fijamente, como queriéndolo analizar con la mirada. Mostraba una expresión seria, pero a la vez serena, como si aquella tranquilidad fuese la víspera del inicio de una gran tormenta.

—Maestro... —finalmente se decidió a hablar, aunque su voz contenía un matiz de temor -. Me gusta- Declaró finalmente, sin despegar sus ojos ni un segundo de su tutor.

Saitama le mantuvo la mirada e incluso le sonrió tontamente. —Sí, la sopa de miso ha quedado muy buena. —Comentó casualmente, mientras se a comer otra porción de tofu. No había entendido a lo que se refería su pupilo y estaba dando por hecho que hablaban de la comida.

—No me refería a la cena, maestro. —Continuó hablando el menor, un tanto avergonzado porque su tutor no había captado correctamente el mensaje. —Me gusta usted. —Especificó más aún, cosa que hizo sobresaltarse a Saitama, quien incluso se atragantó con la pequeña porción de tofu que se había llevado a la boca.

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