¿por qué juegas conmigo? ¿acaso no te cansas de hacerlo? y ¿por qué soy tan idiota? ¿por qué, después de todo, sigo picando el anzuelo, sigo accediendo a tus planes, te hago caso como un triste peón de ajedrez, te dejo manejarme? creo que la solución es simple: porque, después de todo, aún te quiero, borja.