primera cita de
raúl y borja.Un chico de cabellos morenos pasaba su mirada sucesivamente de los apuntes de su libreta al reloj que estaba colgado en la pared.
No dejaba de contar los minutos que faltaban para que aquella clase, la antepenúltima del día, acabara.
Y es que en verdad Filosofía no le gustaba para nada, aquella asignatura le aburría en una manera que no era normal.
Dejó de escuchar las palabras de su profesor a los cinco minutos de que la clase empezara, y eso que éste ni siquiera había llegado puntual.
Después de lo que le pareció una eternidad, el timbre que marcaba el final de la clase sonó finalmente.
Recogió con velocidad todas sus cosas, se colgó la mochila al hombro y salió corriendo de la clase lo más rápido que pudo.
Llegó corriendo a su taquilla, la abrió y miró en su horario de clases cuál sería la siguiente clase del día: Economía.
Tampoco era que esa asignatura le apasionara, pero debía asistir a clases, así que, suspirando, dejó los libros de Filosofía y tomó los de Economía.
Estaba cerrando su taquilla cuando oyó que gritaban su nombre a sus espaldas. La cerró con el pie y se giró, sonriendo.
—¡Raúl! —un castaño llegó corriendo hacia él, agitando los brazos en el aire.
Cuando el más alto llegó, ambos se fundieron en un abrazo, con breves sonrojos por parte del menor.
—Borja... —dijo en cuanto disolvieron el abrazo, sonriéndole sin mostrar los dientes.
—¿Qué clase tienes ahora? —preguntó, tomando la mano del moreno.
Éste le enseñó su libro, señalando el título en su portada, antes de responder.
—Economía. Y me da una pereza increíble ir, la verdad.
Borja sonrió, entonces seguro que accedería a lo que él tenía pensado preguntarle, al menos eso esperaba.
—No vais a estudiar nada importante o hacer un examen hoy, ¿no? —el más bajo negó con la cabeza—. Bien, pues ya sé lo que vamos a hacer.
Raúl arqueó una ceja, cruzándose de brazos.
—¿El qué? —preguntó.
—Vamos a saltarnos las dos clases que quedan —respondió, quizá demasiado convencido.
Raúl lo miró con los ojos abiertos como platos; ¿¡en serio acababa de sugerirle que hicieran eso!?
—¡Oh, no, no, no! —exclamó—. ¡De ninguna manera, no! Nos pillarán seguro, además si lo hacemos...
El castaño le dio un suave apretón en la mano, logrando que se tranquilizara un poco.
—Tranquilo, nada de eso pasará, guapo. Y si ocurre, la culpa será solo mía —dijo, ganándose un sonrojo por parte de Raúl al llamarlo guapo.
—Bueno, quizá...
—¡Es más, ¿sabes qué?! —lo interrumpió—. ¿Quieres tener una cita conmigo? Ahora.