La carcajada

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Era de noche cuando entré en mi habitación. Mis padres ya dormían. Mi cuerpo se dirigía hacia la cama a trompicones, guiado por una fuerza invisible. Me dejé caer en el colchón, sin retirar las sábanas. Permanecí en ese estado, inerte, durante un tiempo indefinido.

Sentía un dolor punzante en un riñón. Luego saqué mi móvil del bolsillo para ver la hora. Cuando me di cuenta, estaba mirando Instagram. Apagué el móvil y suspiré; lo metí de vuelta en mi bolsillo.

Lo saqué de nuevo para ver la hora: la una y media. Sin embargo, hoy no había tocado fiesta. Simplemente recuerdo que había bajado a tomar algo con un par de amigos, intentando imitar los buenos tiempos, en un bar triste lleno de niños viendo dibujos animados en los móviles de sus padres. Nadie quería volver a casa. Cualquier excusa era buena para alargar el tiempo y no tener que enfrentarse a la soledad de una habitación, o al mandato de unos padres.

"El riñón", pensé, retorciéndome en el colchón. Recuerdo que me levanté y me fui corriendo al baño. Oriné por fuera: la intensa luz de las bombillas no me permitía abrir bien los ojos. Me agaché como pude y limpié el suelo con un trozo de papel higiénico. Me incorporé. El dolor de riñones seguía ahí, aunque empezaba a remitir.

Volví despacio a mi habitación. En ese momento me di cuenta de que el silencio era más intenso de lo habitual. El pasillo de mi casa se volvía oscuro por la noche: mi mente imaginaba horribles criaturas observándome y siguiéndome a lo largo de los escasos metros que llevaban a mi cuarto. No miré hacia detrás.

Cuando entré en mi habitación por segunda vez en esa noche, noté algo diferente. La atmósfera estaba cambiada. El silencio era estrepitoso. Un escalofrío me recorrió la espalda. Encendí todas las luces que pude: todo era normal. Solamente dejé encendida la bombilla que había en mi mesilla de noche. Me metí en la cama y encendí mi teléfono. Justo entonces, la única lámpara que estaba encendida, se apagó.

En seguida encendí la linterna del móvil, que dibujaba en las paredes del cuarto sombras espeluznantes. Me quedé quieto, a la espera de que pasara algo. El silencio se rompió. Escuché movimiento debajo del colchón. Un cambio de postura, una respiración. Y una risilla. Una risa que se convirtió en carcajada. La celebración de un demente.

Salí de mi cama. Tropezando, salí de mi cuarto, sin mirar atrás. Una lágrima de miedo caía por mi cara. Quería huir. Entré en la habitación de mis padres, sin mirar atrás. Me tumbé a su lado, intentando olvidar lo que había sentido en mi habitación. Los abracé, lloré como un niño. No se despertaron. Los miré mejor. Estaban muy quietos, no respiraban. Estaban muertos.

La puerta de la habitación de mis padres se cerró. Unos pasos se acercaban a mí. La carcajada no había cesado.

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