2: Día 2.

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Me levanto a eso de las ocho de la mañana con la energía por los cielos

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Me levanto a eso de las ocho de la mañana con la energía por los cielos. Sonrío cuando veo los rayos de sol inundando mi habitación, dando comienzo a lo que sería mi gran plan del verano: Socializar con el chico más antisocial del país... Bueno, no tan exageradamente, pero si lo ponía así sonaba mas triunfante. 

Tiro las sabanas hacia un lado con los pies y de un salto, literalmente, estoy fuera de la cama. Me estiro como un gato perezoso y corro a asomarme por la ventana. La suya estaba con las cortinas juntas, por lo que no podía ver nada de lo que sucedía dentro. Me siento en el banco con cojines para no apartar la vista de ahí. Es entonces cuando mi cerebro comienza a funcionar por fin. 

¿Sabéis eso de que a veces la mente y el corazón actúan por separado? Bien, eso es lo que me ha pasado; mi cuerpo se ha levantado con impulsividad y energía, pero mi mente ha comenzado a actuar en este momento. 

Parezco una acosadora a todas luces. ¿Qué esperaba hacer cuando abriese las cortinas? No había pensado muy bien en aquello, porque seguro que él me evitaría a toda costa, yo en mi lugar lo haría. 

Decido ir a desayunar primero y pensar con el estómago lleno, las ideas surgirán por sí solas. Cuando llego a la cocina, me encuentro con mi abuela aún sin arreglar y con una taza de café humeante entre sus manos. Al verme sus ojos se abren con cierta sorpresa, y cómo no: estos últimos días me despertaba como muy temprano a las once. Le sonrío. 

―Buenos días ―canturreo dándole un beso en la mejilla. 

Frunce su ceño y se lleva la taza a los labios. 

―Me parece que hoy alguien se ha levantado con buen pie ―observa levantándose y sacando pan para hacerme un par de tostadas. 

¿Que porqué no me las hago yo? Porque la casa saldría ardiendo, así que mi abuela nos hace ese pequeño favor a todos. 

Saco una taza para hacerme mi leche con Nesquik. 

―Supongo que ahora tengo una meta para antes de que termine el verano. ―Me encojo de hombros y me llevo a la boca una cucharada del delicioso cacao. Sí, lo sé, soy rara, pero probad y pronto lo estaréis haciendo todas las mañanas. 

Mi abuela por el contrario no le ha cogido ese gusto, así que hace una mueca. 

―¿Y se puede saber cual es?... ¿A parte de coger un virus intestinal? 

Ruedo mis ojos ante su comentario retórico. 

―Lo descubrirás con el tiempo. 

Las tostadas no tardan en llegar, y me las como gustosamente con aceite y lonchas de pavo. Cuando termino, lo recojo todo y, después de darle otro beso en la mejilla a mi abuela, subo de nuevo a mi habitación y la recojo un poco; hago la cama y ordeno la ropa que suelo dejar tirada por encima del escritorio y el suelo.

31 Días con Easton©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora