3: Día 3.

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Toco con alegría la puerta de la casa de mis vecinos. El sol calentaba la calle pero la humedad que había dejado la madrugada aún estaba presente. Ayer Easton y yo (más bien su madre y yo) habíamos acordado una hora no demasiado temprano ni demasiado tarde para hacer una caminata por la montaña.

¿Qué porqué la montaña? Bueno, era bastante sencillo; en Canadá los bosques son su mayor encanto, sus colinas verdes y sus ríos cristalinos, me gustaba mucho más que la playa, y se que a Easton también, porque odia a la gente y odia la arena... Creo que elegiría montaña porque simplemente no le quedaría elección. Como ha pasado esta vez, que ha aceptado porque su madre le amenazó con quitarle su colección de clásicos.

Aunque claro, eso en teoría yo no lo se, porque se lo dijo cuando nos habíamos ido a casa tanto mi abuela como yo y bueno, no soy ninguna acosadora, pero me fue inevitable mirar y escuchar cuando mi ventana de la habitación da directamente a su jardín. Lo cierto es que el comportamiento indiferente de mi vecino siempre me sorprendía; era como si literalmente no tuviera sangre en el cuerpo. Aun así, el chico cautivaba. 

Así que aquí me encuentro, ante la gran sonrisa de la señora Wyne a las nueve de la mañana y con un bizcocho recién hecho por mi abuela entre las manos. 

―¡Gretel! Pasa querida, pasa. ―Da unos pasitos hacia el costado, abriendo aun más la puerta y dejándome paso a su acogedor hogar, exactamente como ayer. 

Sonrío. 

―Buenos días señora Wyne... 

―Por favor, llámame Rene, la palabra "señora" me hace sentir muy mayor ―dice cortando mis palabras. 

―Está bien.

Ambas pasamos al salón, igual de bonito y acogedor. Me giro hacia la menuda mujer para extenderle la bandeja con una de las especialidades de mi abuela, y bueno; creo que de cualquier abuela. Aunque yo se a la perfección que mis nietos no tendrán la misma suerte conmigo. 

―Dios mío, huele fenomenal ―comenta en un todo elevado Rene cuando coge la bandeja que le tiendo. 

Me encojo de hombros con mi boca hecha agua. Adoro los dulces de mi abuela. 

―Y sabe fenomenal ―añado igual de emocionada que ella. 

Sus ojos amables se achinan cuando me da una gran sonrisa. ¿Sabéis la sensación de estar frente a una persona de sentimientos verdaderos? Bien, pues eso me estaba ocurriendo ahora mismo. Y creo, de todo corazón, que cuando una persona te hacía sentir en tu salsa con solo una mirada; debía formar parte de tu vida. 

Más razones por las que necesito ser amiga de Easton. ¿Qué digo de amigos? Necesito que sea mi mejor amigo. Complicado pero no imposible. 

El reto de mi vida. 

Gretel, deja de ser tan dramática. En realidad, he nacido para ser actriz de telenovela latina... Lo único que me faltaban eran sus curvas. 

―¿Quieres un poco mientras Easton se prepara? ―me pregunta sacándome de mi profunda ensoñación. 

Niego con la cabeza, recordando toda la comida que me había asegurado de llevar. 

―Tranquila, mi abuela se ha asegurado de que no nos falte de nada, ni siquiera bizcocho ―señalo. 

Va a responder cuando oímos que alguien baja las escaleras de muy poco en poco, con pereza. Sin quererlo, mi cuerpo se pone en tensión. Estoy nerviosa, todo hay que decirlo, lo cierto es que se que va a ser complicado comenzar una conversación con Easton y caerle bien, pero no todo era eso, sino que íbamos a estar solos por la montaña, y no se porqué eso me ponía extrañamente nerviosa. 

31 Días con Easton©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora