Entre los dientes de un monstruo

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Entre los dientes de un monstruo

Autor: José Alejandro Quevedo Paladines

Había una vez en un lugar muy lejano un niño, su

nombre era “Oliver Cruz”, tenía diez años de edad, él amaba hacer nuevos amigos y dibujar.

El lugar donde vivía era muy bonito pero a la vez no lo era, el vivía en una burbuja enorme, como una fortaleza, ya que los monstruos y los humanos vivían juntos, así que estos últimos tuvieron que tomar recursos defensivos en su contra, por lo tanto humanos y monstruos vivían de forma separada. Pero, había un problema, los humanos solo podían permanecer en esa burbuja pagando una alta mensualidad e impuestos muy elevados, sin embargo eso no era problema para los reconocidos padres de Oliver, el prestigiado científico Tomás Cruz y la botánica Rose Brown. Todo iba perfecto para ellos hasta que un día, Tomás y Rose (Los padres de Oliver) tuvieron un accidente en el laboratorio, lo cual les causó una muerte instantánea, al enterarse Oliver, lloró como nunca, había quedado huérfano, el lloraba y lloraba pero ya de nada servía, esa noche no pudo dormir, pasó toda la noche llorando, pensando, reflexionando, dibujando y hasta incluso cantando.

En la mañana recibió una carta de desalojo, debido a que sus padres habían muerto ya no habría quien pague la mensualidad de vivienda en la burbuja enorme, así fue de cruel la vida con este niño.

Oliver desesperado le suplica al Rey de la burbuja y a toda la realeza que le dejen quedarse ahí, y que no quería ir afuera ya que le asustaban los monstruos (como a todos). Pero al rey simplemente no le importó, y lo echó de su burbuja ese mismo día a la fuerza, fue ahí cuando el niño tuvo que empezar a madurar y pensar a futuro.

Oliver ya había salido de la fortaleza, los monstruos podrían estar por cualquier parte, así que tuvo que actuar rápido y corrió hacia un bosque con todas sus fuerzas. Llegó a salvo, pero ya se escuchaban rugidos a lo lejos, era un monstruo asechando el bosque, sin embargo Oliver ya estaba escondido entre los arbustos, el sólo observaba muy asustado al monstruo (casi a un punto fóbico), el monstruo ni se había percatado de la existencia del niño, solo estaba disfrutando de las bayas del bosque, de repente el niño estornuda, y el monstruo va hacia los arbustos, el niño muy asustado se paraliza y el monstruo se le acerca y le dice simplemente “Hola”. Oliver gritó del susto, y el monstruo también.

Después de todo eso Oliver y el pequeño monstruo se hicieron amigos poco después de que el monstruo le comentara que no comía humanos, él solo había ido al bosque por las bayas ya que no comía ningún tipo de carne.

Oliver le pregunta al monstruo que quién era y a lo que el responde “No lo sé”, Oliver se rió y le dijo:

-       ¿ No lo sabes ?

-       No. (respondió el monstruo)

-       Oliver rió de nuevo  a carcajadas.

-       ¿ Tú sabes quien eres ?

-       Obvio, soy Oliver.

-       No, ese es tu nombre, tú no eres Oliver.

-       El niño se quedó estupefacto al instante, y no supo que responder así que le dijo al monstruo ¿ Al menos tienes un nombre ?

-       Obvio que sí, pero para que lo pronuncies bien tendría que cortarte la punta de la lengua en dos.

Oliver decide que fue suficiente charla por ese día y antes de que la noche llegue optó por crear una especie de refugio entre los arbustos. 

Pero al día siguiente se encontró con la sorpresa de que el padre del pequeño monstruo lo obligaba a comerse a Oliver, porque el decía que los humanos son solo comida, no aportan nada al planeta y su existencia es irrelevante, el pequeño monstruo no quería comérselo y su padre lo amenazó de muerte. El pequeño monstruo trató de hablar con su obstinado padre pero no consiguió nada y en un dos por tres el pequeño monstruo se comió a Oliver, por lo que luego solo lloraba y lloraba pero era en vano, el había matado a uno de sus amigos; al verlo llorar el padre le dijo:

-       ¿ Por qué lloras ? Es niño es solo comida.

-       Te equivocas papá, tú no sabes quien era él, ni quien soy ni tú ni nadie.

-       Eres estúpido, te recuerdo que antes los humanos nos cazaban porque nos temían.

-       El estúpido aquí eres tú papá, estás actuando igual que ellos.

-       ¿ A qué te refieres ?

-       A que todo ser vivo tiene derecho a vivir y eso es algo que no le puedes quitar a nadie, por más abominable que podría ser tu “comida”

-       Hijo, somos bestias.

-       Pues yo no.

-       Sí lo eres, mira tu reflejo a través del agua y dime quien tiene una larga cola y unos dientes afilados.

-       ¿ Te refieres a mi cuerpo ? ya te dije que ese no soy yo.

El padre del pequeño monstruo trataba de asimilar todo lo que el monstruito le había dicho, pero aún así este no dijo ni una sola palabra. El pequeño monstruo ya resignado y harto de la terquedad y poca comprensibilidad de su padre se sienta cerca de una laguna y arroja una piedra mientras piensa; ¿ Soy realmente lo que aparento ? ¿ Soy una bestia ? Me he comido a mi propio amigo, eso es ruin, pero sin embargo para el resto de la manada es normal y está claro que no encajo, aunque tengo una idea.

Esa misma noche el pequeño monstruo le quería dar una lección a su padre, a esa “bestia” que ya no valoraba la vida, ni la de él ni la de nadie.

Antes del banquete que el padre se solía dar por las noches en el bosque el pequeño monstruo se disfrazó de humano y trataba de llamar la atención de su padre, el agudísimo oído de la bestia impulsivamente hambrienta lo captó rápido, y en abrir y cerrar de ojos el padre estaba devorando a su propio hijo.

El pequeño monstruo gritaba y lloraba de dolor pero su padre lo seguía triturando con sus afilados colmillos, pero de repente el padre se detiene porque nota algo raro en su presa y rápidamente la escupe.

-       ¡ Sorpresa papá ! (Dijo el monstruo con sus últimos alientos)

-       Hijo, ¿ Por qué lo haces ? (Preguntaba con mucho énfasis el padre del monstruo pero ya era tarde porque su hijo había muerto)

El padre del monstruo trágicamente deprimido por lo sucedido se arrepiente al más no poder y se lamenta el no haber escuchado a su hijo cuando podía, y al fin empezó a valorar un poco más la vida del resto. 

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