8. La hora de la verdad

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Fui a ver a Steven. Él cómo estaba en cárcel. Cuando llegué al centro penitenciario donde le tenían retenido en una celda con un traje naranja y con cadenas en las manos. Cuando le encontré le vi sentado en la “cama”, porque no era cama era una tabla de madera, yo no lo llamaría cama a eso.

El policía le llevó a hacia mí en un sitio donde nos vigilaban cuatro policías en una sala grande con muchas mesas alrededor nuestro. Nos sentamos en una mesa; era negra, hecha de metal. Ataron a Steven las manos en las patas de la mesa por si acaso, parecía que creían que se iba a escapar, en parte no me extraña.

Me saludó con la cabeza, cuando nos dejó solos los cuatro policías, me preguntó inmediatamente Steven con fuerza.

—    ¿Qué quieres, Óscar?

—    Quiero saber la verdad, es la hora de la verdad, Steven, no tienes nada que perder, dime que es lo que paso hace cinco años, cuando debiste llegar pronto al cuarto de Samuel

—    Llegué tarde, Óscar, fue intencionado, ¿vale?

Intenté no enfadarme con eso, que no se me fuera la olla por completo, llegó a funcionar durante un rato, pero le di un puñetazo, y luego dije:

—    ¿Por qué?

—    Hace mucho tiempo, mi novia era Silvia, cortó ella conmigo, conoció a Samuel, y descubrí que Samuel mintió cosas sobre mí, me enfadé con él, pero no hice nada en esos momentos, quise vengarme por todo lo alto, la di una oportunidad a Silvia de unirse conmigo y no mataría a Samuel, ella no me hizo caso y no me creyó y discutimos. Quedé con ella  a escondidas en el cumpleaños de Samuel para arreglar las cosas en un principio, ella no quiso arreglarlas, me dijo que estaba loco; perdí los estribos, tuve la mente en blanco y mandé que la matasen, a Bernardo, yo no quería eso, fui sin querer; lloré. No quería que me echasen la culpa a mí, y quería que se la diesen la culpa a Samuel, y Samuel se suicidase de la culpa. Por eso llegué tarde, sabía que se iba a suicidar, y que el caso se cerrase con Samuel muerto, pero luego tú decidiste investigar por tu cuenta y… ya sabes el resto.

Me levanté con velocidad, y me fui lejos de él, pero sin salir por la puerta, y le dije.

—    Tenía razón Silvia, estás loco

—    Pero que estuviese loco antes, no significa que sea esta vez mi culpa, yo no he matado al presidente, ni tengo un compinche; ésta vez no, lo juro, y sé que esta vez no tienes ese pensamiento que tuviste hace cinco años de mí de que era el asesino; esta vez lo es mi hermana

—    ¿Cómo lo sabes?

—    Porque me lo dijo cuando estuve en Boston

—    ¿Todo esto tiene que ver con Boston?

—    Más o menos, todo esto tiene que ver con las ciudades del Este; Nueva York, esa fue la cuidad en la que nació mi padre; Washington, fue dónde nació mi madre, y Boston fue donde se conocieron mis padres y dónde nací yo y mi hermana.

—    Interesante, ¿Cual será su próximo ataque?

—    Yo

—    ¿Cómo?

—    Supuestamente ella me quiere matar, ella dijo hace mucho; con doce años que cuando muera mi novia; que todavía no tenía y el presidente iba morir yo después

—    ¿Dónde, cómo, por qué?

—    En Boston; pero no se como; y porque está loca

—    ¿Tiene un problema?

—    Nació con una anomalía en su cerebro, nació loca, tiene la mente  perturbada, ve cosas que no vemos, oye cosas que no oímos, es lo que dice ella, y se cree lo que se dice a si misma; cuando murió mi madre, en mi parto, ella la mantenía viva, hablaba con ella. Era escalofriante. Mi padre nos abandonó cuando yo cumplí 15 y ella cumplió 18 años

Una serie de asesinatos: Asesinato al presidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora