El príncipe de hielo y la caballera de Antaras - TodoMomo

La maldición de el príncipe maldito

- A mí me gustan tus dos lados, el rojo y el blanco. Y no sabría cuál de los dos escoger.

Esa voz...

Cuánto hace que no la escucho.

Ha pasado casi un año desde aquella noche en la que nos entregamos al deseo. Recuerdo un cuerpo cálido pegado al mío, el espeso cabello negro desperdigado en la hierba olorosa sobre la que yacimos aquel día, el tibio resplandor de las estrellas vigilantes sobre nosotros... Mucho tiempo.

Parece que haya pasado mucho tiempo. Aunque puedo recordar todo lo que ocurrió después de que dijera aquellas palabras, las imágenes de la despedida se perciben borrosas... como lo último que ves en un sueño. Recuerdo haber apretado su mano y ver cómo se alejaba lentamente de mí para después volver corriendo para besarme. Ese beso... Nos besamos como si nunca más nos volviéramos a ver, y quizás sea así. Su sabor... su aliento tan cálido, la forma en la que estrechó su boca contra la mía...

Ahora todo eso parece irreal.

Los días pasan lentos como los siglos en el Castillo de Hielo. Me siento como un vagabundo sin hogar y sin futuro, andando como hechizado por estos fríos pasillos y salas. El mundo a mi alrededor no ha cambiado desde nuestro encuentro, y poco a poco creo haber olvidado su nombre.

Momo Yaoyoruzu.

Un estruendo. A mi lado, descubro una enorme grieta en la pared sobre la que está mi mano sangrante. Me veo reflejado en el hielo. Mi lado derecho, con mi cabello blanco y el ojo castaño; mi lado izquierdo, la mitad de mi rostro recubierto de un hielo negro. Colmillos sobresalen en mi boca y mi ojo ahora solo es un resplandor de fuego. Frío, siento mucho frío, pero esta es mi maldición, y es la promesa que he hecho.

Parezco un monstruo.

Así es, ahora no sólo soy el Príncipe de Hielo, ahora soy también el Príncipe Maldito. Roto, estoy roto por dentro, roto desde aquel día de hace nueve meses.

Hubo una batalla, aunque ahora todo se ha vuelto demasiado confuso como para ser real. El caballero Deku estuvo allí, recuerdo que se metió demasiado en mis asuntos. También estaban guerreros de varios reinos como Iida o Kirishima, y Uraraka, la bruja de las Tierras Mágicas. Recuerdo una nada que me consumía. El estruendo de la batalla a mi alrededor, una espada brillante que se alzaba frente a mí para protegerme. Recuerdo haber estado moribundo o incluso morir. Y entonces apareció ese demonio. Me ofreció un trato, un trato por el que ahora estoy pagando con mi propia vida. Desde ese día en el que el demonio se apoderó de mi lado izquierdo, vivo consumido por el odio y la ira, aún más que antes.

Ya no he vuelto a salir del castillo, he olvidado cómo se sentía el viento al contemplar el amanecer desde el acantilado, los rayos de sol sobre mi piel y el sonido del bosque. Poco a poco me he vuelto un preso, ahora ya no puedo huir. Apenas me levanto de mi trono, que también se está volviendo negro, como mi lado izquierdo, por la presencia del demonio.

¿Y mi padre?

Hace tiempo que se marchó, aunque aún no sé muy bien por qué. Por lo que me dijo entiendo que le atormenta la culpa. Creo que ha partido en busca de mi madre, pero ya es demasiado tarde, y quizás lo sabe.

Escucho la voz del demonio dentro de mí. Me pide que mate, que destruya cuanto encuentre a mi paso, pero estoy demasiado cansado, aunque a veces me siento tentado de sucumbir a sus peticiones.

Desde mi trono contemplo el retrato del rey Endeavor sobre el trono real.

Destrúyelo.

Fuego negro sale desprendido de mi lado izquierdo, y yo siento la ira palpitando en mi corazón. Destruir. Odio. Odio a mi padre, odio a todos y cada uno de los hombres y mujeres que habitan estas tierras. Te odio, Momo Yaoyoruzu, caballera de Antaras. Has envenenado mi cuerpo y mi mente. Me has vuelto loco.