II. A Yoongi le gusta

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Taehyung considera que el hito que marca el antes y el después de su vida fue el día que llenó una maleta y dejó su pueblito campestre para buscarse un lugar en la ruidosa y caótica capital. Ahí chocó con su uno de sus terrores, perderse entre tantas calles y edificios altos, tartamudear al preguntar las direcciones y escudarse en su orgullo para no llamar a sus padres, gimoteando como perrito arrepentido y cola entre las piernas.

Afortunadamente una señora omega de lobo pudo oler su angustia y con paciencia le explicó lentamente, paso a paso, cómo llegar a su destino. Agradecido con su salvadora pudo tocar el timbre de la casa residencial cuando el atardecer iba apagándose, oscuro y poco estrellado —otra diferencia destacable con su tierra natal cuya noche era un manto de lucecitas en el cielo—.

Lo recibió un sujeto de edad similar a la suya, de rostro bonito y sonrisa amable, pronunciando un: —¿Taehyung-ssi? —Con cordialidad y voz dulce. El aludido asintió nervioso, olfateando disimulado, pudiendo distinguir que se trataba de alguien puramente humano con aroma a perfume y detergente de ropa. También había otros olores por la casa que llamaban su atención.

Seokjin, el humano, le explicaba nuevamente las reglas para mantener una sana convivencia, haciéndole un tour. Sala de estar con un televisor enorme y sofás que se veían mullidos, además de plantas de interior que aportaban frescor y vida al ambiente; siguiendo por la cocina amplia y un refrigerador grande, el anfitrión le sugería que si quería conservar su comida a salvo de los depredadores pusiera su nombre en ella, le contaba también que su abuela solía dejar cocinado para todos y que de querer comer otra cosa le avisara con anticipación, haciendo a Taehyung sonreír complacido.

Aquella pequeña residencia universitaria estaba administrada por la abuela de Seokjin, recibiendo la ayuda de su nieto. Vivían un total de ocho estudiantes y se repartían cada cierto periodo la limpieza del hogar para no dejar tanta carga en la señora Kim.

El último paraje tras un rápido vistazo al jardín fue su habitación compartida en el segundo piso. Seokjin le comentaba que su compañero era un alfa de perro y preguntaba si no había problema con ello, ya que no quería tensión entre alfas dominantes. Taehyung negó, no recordaba haber tenido problemas con otros de su especie y casta, por lo general se consideraba como una criatura sociable y medianamente territorial.

Lo primero que percibió al entrar fue el sitio marcado por un fuerte aroma de alfa que le recordaba a tonalidades cálidas y al otoño. Hojas secas y té. Un alfa de perro que apartó la vista de la pantalla de su celular y la fijó en el otro joven parado en el marco de la puerta y la maleta a un costado.

Aquel chico señaló el clóset, mencionando: —dejé la mitad despejado para que ordenes tu ropa —sonando desanimado. Taehyung se quedó con la presentación en los labios cuando su compañero volvió a situar la atención en su teléfono móvil, mascullando algo respecto a que esperaba que al menos pasaran un par de semanas más antes que su ex novia omega presumiera a su nuevo novio alfa de labrador.

Taehyung asumió que no era un buen momento para decirle "Hola, me llamo Kim Taehyung, mucho gusto". Tuvo la oportunidad de hacerlo cuando cinco minutos después el chico alfa con ojitos de medias lunas le decía: —Déjame ayudarte con todo eso. —Señalando el cerro de ropa que se desparramaba de la maleta.

Con el pasar del tiempo Jimin fue transformándose en un gran amigo. Ambos, un par de cachorros perdidos en una ciudad enorme, encontraron en el otro compresión y apoyo, además de tantas cosas en común que les hizo fácil entablar conversaciones que duraban hasta la madrugada con luces apagadas y pequeñas risitas.

Ya se cumplía más de medio año desde aquel día que tomó sus maletas y personas geniales como Jimin y Seokjin comenzaron a formar parte de su vida.

Un poco más [TaeGi/YoonTae]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora