TRES MESES ANTES
—¿Te gustaría terminar el bachillerato en Cleveland?
—me preguntó mi padre, como si se le acabara de ocurrir, durante las vacaciones de Navidad de primero de bachillerato.
De acuerdo. Quizá no se le acababa de ocurrir.
TRES MESES, UN MINUTO Y TREINTA SEGUNDOS ANTES
—Dapne, ¿te importa sentarte? Tenemos que hablar de un asunto importante.
Esto debería haberme dado la pista de que algo desconcertante estaba a punto de ocurrir. Pero en ese momento me encontraba demasiado ocupada con varias tareas a la vez como para captar las señales. Era jueves por la noche, las 21.55, y Marissa acababa de dejarme en casa para que cumpliera la absurda hora límite de llegada, las 22.00 (incluso durante las vacaciones de Navidad), que me habían impuesto. Me encontraba frente a la nevera, debatiendo entre elegir uvas o una manzana como aperitivo nocturno y, además, contemplando la posibilidad de que el día siguiente por la noche fuera por fin el momento adecuado para hacer el amor con Noah.
Me inclinaba hacia la manzana. Aunque lo que en realidad me apetecía era tarta de chocolate rellena de mousse. Pero como Penny no probaba la comida basura, y menos aún la comida basura a base de chocolate, la posibilidad de encontrar semejante tarta en la nevera era tan alta como la de toparse con un unicornio en el jardín trasero.
Con respecto al otro tema... el que me hacía querer meterme en la cama de un salto y esconderme bajo las mantas... había llegado la hora. Estaba enamorada de Noah. Y él de mí. Ya habíamos esperado bastante.
Habíamos pensado hacerlo durante las vacaciones, pero mi hermano Matthew había estado de visita hasta aquella misma mañana. Esa noche, Noah tenía que asistir a una fiesta con sus padres, y el sábado se iba de viaje a Palm Beach.
El día siguiente era el único momento. Además, mi padre y Penny tenían una cena en Hartford, a una hora de camino, lo que me proporcionaría una casa vacía desde aproximadamente las 18.00 hasta la medianoche.
El sexo no duraría seis horas, ¿no?
Me figuré que duraría treinta minutos, como mucho.
O una hora. O tres minutos.
Estaba preparada. ¿Verdad? Le había dicho a Noah que estaba preparada. Me había convencido a mí misma de que estaba preparada. Preparada para hacer el amor con Noah. Con Noah, a quien se le formaban hoyuelos al sonreír. Con Noah, que era mi novio desde hacía dos años.
Agarré la manzana, la lavé y le di un buen mordisco.
¿Sería una mala idea hacerlo la noche antes de que se marchara a pasar una semana en Palm Beach? ¿Y si al día siguiente me entraba el pánico y él se encontraba en la otra punta del país?
—Estás derramando agua —indicó mi madrastra, cuyos ojos se desplazaban a toda velocidad entre la ofensiva pieza de fruta y el suelo de losetas blancas—. Por favor, tesoro, ¿te importa usar un plato y sentarte?
—Penny estaba obsesionada con la limpieza. De la misma forma que la mayoría de la gente lleva un móvil consigo a todas partes, Penny llevaba toallitas desinfectantes.
Tomé un plato y me senté a la mesa, frente a ellos dos. —Bueno, ¿qué pasa?
—Y un mantel individual —añadió Penny.
Entonces llegó la intervención de mi padre:
—¿Te gustaría terminar el bachillerato en Cleveland?
La pregunta no parecía formulada en mi idioma. Para mí, carecía de sentido por completo. No pensaba ir a Cleveland. Nunca había estado en Cleveland. ¿Por qué iba a ir allí al instituto?