6 •EL GALÁN DE LOS RECLUTAS

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Aprovechando que los demás seguían en el campo de entrenamiento, fui a tomar una ducha y al mismo tiempo me sirvió para conocer el lugar. Tal como Mitsuki me lo había comentado, la zona de reclutas tenía su reglamento y los horarios estaban establecidos.

Lo que me temí era una realidad, al llegar a la sección de duchas me encontré con una habitación amplia, las regaderas estaban divididas con paredes delgadas y en el frente sólo una cortina de plástico cubría a la persona en cuestión.

—Esto es horrible —mascullé—. Tener que compartir el baño entre tantos hombres...

Caminé con mi toalla en la mano, no había nadie más allí pero no dejaba de atemorizarme el hecho de que muy posiblemente tendría que bañarme cuando todos lo hicieran y sería espantoso que descubrieran que era mujer.

Antes de entrar a las regaderas, había una habitación para desvestirse, premedité todo para cuando me viera en la necesidad de estar compartiendo baño. Entraría con mi ropa lista y me desvestiría en la regadera, luego, me cambiaría de ropa allí mismo.

El agua estaba fría y al hacer contacto con mi piel, mi cuerpo comenzó a temblar. Definitivamente vivir en ese sitio sería todo un reto, no sólo porque tenía que aprender a combatir y mejorar mis habilidades oculares, sino porque aparentar ser un chico no era cosa sencilla. Me dolía todo el cuerpo por tantos golpes y raspones e incluso mi nariz estaba sufriendo las consecuencias. La medicina recién estaba haciendo efecto calmando mi dolencia tras el puñetazo en la cara.

Tras finalizar la ducha y vestirme, fui a peinarme frente al gran espejo del baño. Con pena pasé mis dedos por entre los mechones cortos de mi cabello y recordé cuando era largo y bonito. La persona que estaba reflejándose en el cristal no era Sarada en lo absoluto, era alguien completamente diferente: llena de marcas, moretones, y ojos cansados.

—No sé cómo peinar este cabello.

A las diez de la mañana fui al comedor para tomar el almuerzo, me costó trabajo encontrarlo ya que el edificio tenía diferentes secciones y eso lo hacía casi como un laberinto.

El lugar estaba lleno, miré alrededor queriendo entender cómo funcionaba el sistema de repartición de alimentos.

—Debes tomar una charola y formarte para que te sirvan.

Di un respingo cuando oí esa voz detrás de mí, volteé y me di cuenta que se trataba de Mitsuki. Ese chico era muy extraño y casi parecía que podía leer mis pensamientos.

—¿No vas a almorzar? —preguntó.

—Sí, gracias por ayudarme.

—Puedes sentarte conmigo —ofreció sin hacer un gesto diferente, siempre su rostro era tranquilo.

—Suena bien —reí nerviosa—, te lo agradezco.

—Deberías dejar de agradecerme por todo.

Dejé de sonreír cuando mencionó eso, esperaba que añadiera más a su argumento pero simplemente avanzó hasta una de las mesas y se sentó.

—¿Qué le pasa?

Fui con mi charola a tomar lugar en la fila, ésta avanzaba rápido y lo que me sorprendió fue mirar a una jovencita regordeta ayudando en la labor de servir la comida. Había pensado que sólo se permitían hombres en aquel sitio pero no era así, por supuesto, no abundaban las mujeres y estaba estrictamente establecido que ninguna mujer entraría al escuadrón, pero para puestos de medicina u otras actividades, no tenían restricción de sexos.

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