Capítulo 4: El chico del lago

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La señora Guadalupe, el ama de llaves, es una adorable anciana que lleva casi toda la vida al lado de los De la Vega, aunque también es algo gruñona. Me acogió dándome un abrazo y diciéndome que me ayudaría en todo lo que pudiese. Me dio el uniforme de trabajo que consistía básicamente en un vestido negro con un mandil blanco que me llegaba por las rodillas. No podía quejarme, al menos no tenía que llevar esa horrible cofia.

Comenzamos preparando el desayuno, luego hacemos la colada y por último comenzamos a limpiar el ala este de la mansión. Cuando llega el mediodía estoy que no puedo más. No estoy acostumbrada a esta clase de trabajos.

Cuando aún vivía mi padre y teníamos nuestra casa, había personas que nos hacían todo esto. Pero esos lujos se acabaron, ahora soy yo la que tiene que servir a otra familia.

Cuando acabamos con el primer piso, todas, la señora Guadalupe, el resto de empleadas y yo, subimos a la segunda planta para continuar con la tarea. Me dirijo hacia una puerta al lado de la habitación de Miguel.

—¡No abras esa puerta, niña! —me chilla Guadalupe desde el otro lado del pasillo. Su tono me asusta y suelto el pomo lentamente mientras me alejo de la puerta. Guadalupe se acerca fatigada hasta mí—. Es la habitación del hijo menor de los De la Vega, no quieren que nadie entre hasta que él vuelva a casa. Así que no entres nunca. ¿De acuerdo?

Asiento, comprendiendo lo que me dice.

—Lo siento —digo en un susurro

—No importa, niña, no lo sabías. Nosotras iremos a la sala del piano, tú podrías ir limpiando la habitación del señor Miguel.

—Sí, claro.

Echo a andar hacia la otra puerta sin dejar de preguntarme qué es lo que esconden en ese cuarto para que nadie pueda entrar. Sí, ya sé lo que se siente cuando a alguien importante le ocurre una desgracia pero, cuando esto ocurre, no hay que aferrarse de esta exagerada manera a las cosas materiales que le pertenecen. Abro la puerta y entro en la habitación de Miguel, que más que una habitación parece una suite de cualquier hotel de cinco estrellas. Es enorme, absolutamente todo es enorme aquí. La cama, el baño individual, que está siendo reparado por unos cuantos fontaneros, las ventanas que dan a la parte lateral de la casa, también hay un gran piano blanco al lado de una de ellas. Sin salir de mi asombro, cojo el plumero para limpiar el polvo y me acerco a una de las estanterías. Empiezo a quitar los libros para poder limpiarla a fondo, cuando ya no puedo aguantar su peso en mis brazos me acerco al piano para dejarlos encima, pero tropiezo y se desparraman todos por el suelo. Maldiciendo mi torpeza en voz baja me agacho y corro a recogerlos a toda prisa, desdoblando algunas cubiertas que al caer se han doblado. Voy a recoger las hojas que se han escapado de un dossier, y me quedo sorprendida al ver partituras y notas escritas en ellas. Comienzo a leer las notas y parece ser que se trata de una bonita canción, al menos lo parece.

—¿Te gusta la música?

Me giro bruscamente asustada, lo que hace que tire todas las partituras al suelo. Miguel entra en la habitación y se acerca a mí.

—Yo... yo, lo siento mucho —digo, mirando al suelo mientras recojo cuidadosamente todas las hojas y las coloco con cuidado encima del piano. Lo miro avergonzada—. Sólo estaba limpiando, pero se me cayeron los libros. —Me pongo roja como un tomate.

—Está bien, no pasa nada —se acerca al piano y coge la hoja que antes yo tenía en mis manos—. Es una canción que comencé a escribir. Pero a Aroa no le gusta que pase demasiado tiempo en el piano, quiere que esté con ella, así que no he logrado acabarla todavía.

Me mira y tuerce la boca en una sonrisa. Realmente es muy guapo. Mucho. Sacudo la cabeza para sacarme esos pensamientos.

—¿Cómo vas en tu primer día? ¿Te está metiendo mucha caña la abuelita?

Serás mi luz siempreWhere stories live. Discover now