Capítulo 2

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La puerta principal de mi casa se abrió y por ella pasaron mis hermanos con su niñera.

Mi hermana, Calíope, de 9 años se acercó a mi y me preguntó porque estaba llorando.

Yo pasé suavemente mi mano sobre su cabello platinado y, mientras observaba sus grandes ojos marrones, le sonreí débilmente.

—Solo no me siento bien.

Ella me brindó una hermosa sonrisa la cual hizo que se marquen los hoyuelos en sus mejillas.

—Ven.

Tiro de mi brazo y me dio un gran y caluroso abrazo.

Las lágrimas amenazaban con salir de nuevo e intente retenerlas, pero no pude.

Siempre me puse como meta no llorar delante de nadie, y mucho menos delante de mis hermanos, pero el hecho de que me vean de esta manera me hace sentir mejor ya que ellos son las únicas personas que conocen todas mis facetas y, aún así, se quedan a mi lado. Y eso, no cualquiera lo hace.

Luego de unos pequeños segundos, me limpié la cara con el dorso de mi suéter y dirigí mi vista hacia donde se encontraban mi hermano y su niñera.

Le sonreí a mi pequeño Eros de 6 años el cual me miraba con una gran sonrisa.

Me dio un efusivo beso en la mejilla.

Sonreí, sintiendo como toda mi tristeza se iba de repente.

Los mire a ambos y, en ese momento, me puse a pensar que es increíblemente mágico el hecho de que algunas personas pueden cambiar tu vida, tus momentos y tu tristeza con solo su simple presencia.

—Bueno niños, es hora de prepararse para ir a clases.

Mire a mi madre la cual habló.

Observe a mi alrededor y la chica que cuida a mis hermanitos no estaba más, así que supuse que se había ido.

Luego de unos minutos, mis hermanos ya estaban listos para irse.

Les di un beso a ambos en las mejillas, y los dos me sonrieron mostrándome no solo sus bellas sonrisas, si no que también esos llamativos hoyuelos.

—Los amo— les dije.

—Te amamos— me respondieron.

Los tres ya estaban subiendo al coche cuando mi madre se volvió hacia la casa y se dirigió hacia mi.

—Alitza, dime que no harás nada hasta que yo vuelva.

Sabia que diría eso.

—Esta bien mamá, no te preocupes, no haré nada.

Ella me levanto una de sus cejas haciéndome rodar los ojos.

—Ni tampoco me haré nada.

Asintió satisfecha y se fue.

Entre dentro de la casa y, siguiendo el fuerte impulso que tenía, me acerqué a la habitación de mi madre.

Abrí la puerta y comencé a buscar mi celular.

Busque bajo la ropa limpia, la mesa de luz y en sus cajones, y también bajo la cama.

Una idea salto en mi mente.

Bingo.

El celular se encontraba bajo el colchón de la cama, específicamente en una esquina.

Cuando lo tuve entre mis manos, le puse la contraseña y entre.

Ignorando los mensajes de mis compañeros, entre al chat que tenía con mi mejor amiga.

Alitza

Oye, tengo una duda.

Samay

Dispara.

Alitza

¿Tu escuchaste cosas sobre mi en el instituto?

Comencé a ponerme nerviosa cuando vi que después de 2 minutos de ver mi mensaje, no respondía.

Samay

Yo estaba al lado de ellos cuando empezaron a hablar sobre ti.

Mi respiración se cortó.

Alitza

¿Y no hiciste nada?

Samay

¿Qué se supone que debía hacer?

Mis ojos se llenaron de lágrimas.

Alitza

Eres mi mejor amiga, podrías haber dicho que no hablaran si no sabían que me sucedía o algo. No lo sé.

Samay

Lo sé. Lo siento. Pero sabes que yo no me meto en tus cosas desde que te sucede... esto.

Wow. Increíble mejor amiga.

Alitza

Solamente creí que me querías lo suficiente como para, aunque sea, defenderme.

Ella leyó el mensaje y luego de 2 minutos se desconectó y nunca respondió.

Comencé a llorar muy fuerte.

Estaba desilusionada y me sentía completamente traicionada.

La amo, ella es como mi hermana y desde que me sucede esto, nunca ha estado para mi, siempre se aleja cuando quiero contarle que me pasa y solo me busca para pasarla bien.

Al principio, me enoje mucho con ella, pero decidí perdonarla porque la amaba pero, aún así, sus palabras seguían doliendo: ella me dijo que era desgastante estar conmigo y soportar lo que me pasaba.

Eso me destrozó la vida y el corazón.

Y, ahora creí que intentaría enmendar lo que hizo, se supone que es mi mejor amiga y estaría para mi no solo en los buenos momentos, si no también en los malos.

Esta es la peor parte de querer a alguien con todo tu corazón: cuando se van, te dejan un vacío que por mucho tiempo no puedes llenar.

Tire mi celular sobre la cama y desesperada me fui hacia la cocina.

Mi respiración comenzó a ser muy acelerada y, por un momento, temí sufrir otro ataque de pánico, de esos que no me dejan respirar y siento como si estuviera muriendo.

Pero lo último que me importaba en ese momento, era eso.

Abrí el cajón de los medicamentos y tome dos tabletas enteras con pastillas para dormir.

Cerré el cajón y, mientras cascadas salían de mis ojos y mi corazón iba a mil por hora, me dirigí hacia el mueble de los licores.

Tome un vodka fuerte y lo puse sobre la mesa.

Saque todas las pastillas de la tableta en donde estaban y, llorando cada vez más, comencé a susurrar:

—Ya no aguanto. Ya no aguanto. Duele mucho. Ya no aguanto.

Las palabras de mis compañeros se repetían en mi mente una y otra vez haciéndome mover la cabeza de un lado a otro intentando sacarlas.

Tome un puñado de pastillas, lo puse en mi boca, apoyé el pico de la botella en mis labios y bebí lo más que pude.

Mi garganta quemaba y eso causó un par de arcadas en mi pero no me rendí y tomé las pastillas restantes para luego tragarmelas.

A los minutos tuve que sentarme en el piso de la cocina porque me sentía muy mareada.

Mi madre entró en mi casa y me miró.

—¿Qué hiciste?

Al no recibir una respuesta de mí parte, me gritó alterada.

—¿Que demonios hiciste, Alitza?

Yo solo mire la mesa.

Cuando ella vio a lo que yo me refería, me miró y me dijo en un tono de voz bastante elevado pero a la vez cargado de tristeza.

—Te dije que no hicieras nada.

Lo siento mamá, realmente lo siento.

No Me SalvesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora